Deseo hablar todavía sobre muchos temas, pero nunca encuentro el momento más adecuado. Ahora lo he encontrado para los extranjerismos, que, aunque es un tema bastante simple, de sentido común y con el que no debería haber problema alguno, lo hay, como curiosa y misteriosamente ocurre siempre con la lingüística.
Sabemos que un extranjerismo es una voz, frase o giro que un idioma toma de otro extranjero (test, rock, spray, pizza, airbag, etc.). También sabemos, por lógica aplastante y sentido común, que es mejor evitar cuando razonablemente se pueda usar palabras extranjeras arbitrariamente, en exceso, en detrimento de otras propias del idioma que tengan igual significado o muy similar, perfectamente válidas; es decir, adoptar palabras impropias únicamente cuando haya un auténtico vacío en el léxico. Cualquier persona mínimamente inteligente o con un mínimo de conocimiento sabe que jamás es recomendable abusar de los extranjerismos; al final acabaríamos hablando y escribiendo, por ejemplo, spanglish, que es una aberración total y absolutamente abominable, antinatural, intolerable, indignante, vomitiva, detestable y deforme. En todo lo anterior supongo que todos estamos más o menos de acuerdo; el mayor problema surge al decidir cuál es la cantidad recomendable o aceptable de extranjerismos, dónde están los límites adecuados. Podría ser muy fácil: como ya he mencionado, los extranjerismos deberían ser tolerados y aceptados únicamente cuando hubiera una verdadera carencia de vocablos concretos, pero a demasiados necios no les parece bien que se restrinjan «tanto». Siempre tiene que haber alguien que dé la nota y utilice expresiones extranjeras en cantidad para sentirse y hasta creerse de verdad especial, superior, moderno, interesante, distinguido o hasta culto, cuando en realidad suele ser totalmente al contrario todo.
Pocas acciones más abominables puede hacer un ser humano que emplear, por ejemplo, el término totalmente innecesario y pésimamente adaptado váter (probablemente sea el préstamo léxico que más odio; hasta me duele tener que escribirlo, pero hago un gran esfuerzo si con eso consigo que se emplee menos hasta que acabe desapareciendo por completo) en lugar de inodoro, retrete, escusado, servicio, lavabo, cuarto de baño, baño, aseo o cualquier otra, hasta las ordinarias y soeces meadero y cagadero; antes que váter o wáter, que es, en su origen, un vocablo procedente de la lengua inglesa, water(-closet), ya de por sí impreciso y absurdo, que para colmo se adaptó de una manera pésima, inadecuada e incoherente. Es infinitamente preferible cualquiera de las que ya teníamos, todas perfectamente válidas. Es una palabra increíblemente fea, incongruente, deforme, pésima, absurda, aberrante, abominable... y totalmente incongruente, inútil, prescindible e innecesaria; sobra absolutamente se mire por donde se mire. Incluso en el Diccionario panhispánico de dudas, la ASALE dice: «Aunque el uso del anglicismo está plenamente asentado en España y en algunos países de América, no deben olvidarse otras denominaciones más propiamente españolas». En la Ortografía de la lengua española de 2010 hasta se reconoce que el término fue adaptado inadecuadamente porque en la época no se tenían apenas conocimientos de inglés (¡y casi ni del propio español, o de la lingüística en general!). Así pues, creo que queda bien claro que es un vocablo que hay que evitar a toda costa, algo que no es nada difícil dado el número de sustitutos perfectos que tenemos en la rica lengua española.
La mayoría de extranjerismos son innecesarios por tener un equivalente español perfectamente válido y eficaz. Por ejemplo, test es un anglicismo totalmente inútil en nuestra lengua, pues existen ya términos perfectamente válidos. Puede significar, entre otras acepciones, ‘prueba destinada a evaluar conocimientos o aptitudes, en la cual hay que elegir la respuesta correcta entre varias opciones previamente fijadas’ o ‘prueba de carácter psicológico o psicotécnico para estudiar o evaluar una función’. Fuera de estos dos sentidos específicos, no debe emplearse este anglicismo por existir las voces españolas prueba, cuestionario, examen, análisis (en ciertos contextos médicos) o control, perfectamente equivalentes. Por influjo del inglés to test, se han creado en español los verbos testar y testear —este último usado en el Cono Sur— con el sentido de ‘someter [algo] a una prueba o control’. Son calcos innecesarios del inglés, ya que, con ese mismo sentido, existen en español los verbos examinar, controlar, analizar, probar o comprobar. Lo mismo cabe decir de los participios respectivos, testado y testeado. En aquellas zonas donde se usa el verbo testear, se ha creado el sustantivo testeo, que puede sustituirse por voces más tradicionales en español, como comprobación, análisis o examen.
Al contrario ocurre con, por ejemplo, pizza (que se pronuncia [pítsa], no *[píksa]), que no tiene un equivalente en español adecuado o preciso; o con rock (género musical), que no se debe traducir, ya que no sería adecuado usar la palabra roca con ese sentido; o, un caso muy similar, heavy metal (pronunciado [jébi métal]) por *metal pesado, como demasiados se empeñan en traducir aberrantemente (mira como dicen ¡Qué heavy eres! en lugar de *¡Qué pesado eres!... Debemos ser coherentes y no cambiar las cosas arbitrariamente, sin criterio justificable). Los nombres de los géneros y subgéneros musicales de origen extranjero, como norma general, no pueden ni deben traducirse: rock and roll o rock, heavy metal o metal [métal], jazz, grunge, punk... Esto se explica porque en la mayoría de casos no hay un equivalente preciso en español y las traducciones literales no son adecuadas en ningún aspecto; así pues, hasta que se adapten al español —si es que se considera oportuno adaptarlas— deberán escribirse en cursiva o un estilo diferente al del texto contiguo, o en su defecto entre comillas, y pronunciarse como en su lengua original (mejor o peor dependiendo de los conocimientos del hablante del idioma de procedencia de la expresión).
Y como no podía ser de otra manera, nos encontramos con el término medio, situado entre lo absurdo e innecesario y lo recomendable y hasta adecuado, donde podríamos clasificar vocablos como casting (‘selección de actores o de modelos publicitarios para una determinada actuación’; en el Diccionario panhispánico de dudas se propone la adaptación castin) por audición (‘prueba que se hace a un actor, cantante, músico, etc., ante el empresario o director de un espectáculo’) o reparto (‘relación de los personajes de una obra dramática, cinematográfica o televisiva, y de los actores que los encarnan’); o manager por representante, agente, director, gerente, administrador, etc., término adaptado según la ASALE como mánager y pronunciado [mánajer], no [mánayer], como correspondería por etimología y coherencia (ya que decimos, por ejemplo, [yónatan] en lugar de [jónatan] para el nombre propio Jonathan; aunque sea en un caso g y en otra j, como sabemos ambas grafías comparten pronunciación en muchos casos); y un largo etcétera de términos que a pesar de estar muy extendidos y emplearse frecuentemente, su justificación es muy dudosa, lo que los convierte en extranjerismos bastante prescindibles, una vez más. En este tipo de extranjerismos se encuentran la mayoría de préstamos léxicos que se emplean con tanta naturalidad desde hace décadas que ya no se sabe, en bastantes casos, que son vocablos de otras lenguas.
Hay un cuarto tipo de caso que tiene mucha relación con los anteriores, pero que es algo distinto: es el de extranjerismos que se usan porque verdaderamente son necesarios o convenientes, pero que sin embargo no se han adaptado todavía, o si se ha hecho, en demasiadas ocasiones no se emplea tal adaptación por falta de conocimiento. Por ejemplo zombi, una palabra tan de moda estas últimas décadas que gran número de individuos escriben sin razón justificable ni comprensible en su forma inglesa, zombie, por el gran influjo del idioma inglés de hoy. ¿Tan difícil es comprender que esa e final es totalmente inútil en español? Para que luego digan que el ser humano es una especie racional...
Así pues, el empleo de palabras de otras lenguas ha de ser un proceso totalmente controlado y minucioso y hacerse con lógica, sentido común, razón, inteligencia, conocimiento y entendimiento (y todo ello suele escasear, por gran desgracia), y lo mismo ha de aplicarse, y con más razón, al proceso de españolización, asimilación o adaptación. Por ejemplo, yo me niego a aceptar palabras como güisqui. Quizá porque estoy demasiado acostumbrado a ver whisky, pero es innegable que su españolización, si bien no es incorrecta, es bastante detestable, especialmente esa abominable gü- de «refuerzo»; por ello —y porque las letras k y w forman parte del abecedario español desde hace ya bastante tiempo—, la ASALE está empezando a dar por válidas otras adaptaciones como wiski, como se explica en la Ortografía de 2010 en la página 86. Opino que hay vocablos que es mejor dejarlos como están, como extranjerismos crudos —escritos con resalte tipográfico (cursiva o comillas) y bien pronunciados— en lugar de adaptaciones pésimas, sobre todo cuando afectan de mala manera a su fonética; aunque también es cierto que es raro el caso que no puede adaptarse adecuadamente, pero desgraciadamente hay un cacao histórico importante con el tema de los préstamos léxicos, lo que ha producido, como he comentado ya, algunas aberraciones y abominaciones.
Otro tema que va estrechamente relacionado con los extranjerismos es el de la cursiva, que se emplea desde siempre, por lingüistas de todo tipo y demás personas verdaderamente versadas en lingüística, en todos los libros serios con un mínimo de calidad, para indicar que una palabra es un extranjerismo crudo (esto es, sin modificar, tal cual se escribe en su lengua original). Toda persona mínimamente inteligente o con un mínimo de conocimiento (como siempre digo) sabe que esa norma o convención es absolutamente acertada, y debería ser también totalmente aceptada; sin embargo, no es así. Hay individuos sumamente necios en el mundo; y siempre tienen que estar fastidiando... Afortunadamente, siempre hay gente con la cabeza sobre los hombros que va encarrilando, con esfuerzo, la situación; pero no debemos flaquear jamás, pues los necios siempre son muy superiores en número —y evidentemente es en lo único en que lo son—.
En fin, creo que ya he dicho lo básico sobre este tema... ¡Hasta el próximo artículo!
22 de septiembre de 2010
Extranjerismos
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