26 de junio de 2009

Laísmo, loísmo y leísmo

Los laísmos, loísmos o leísmos son errores gramaticales flagrantes y extremadamente incoherentes, fruto de la ignorancia más profunda del código lingüístico español, que es a su vez producto de una desidia impropia de un ser humano en condiciones. No solamente obvian todas las normas, sino que ignoran cualquier rastro de razón, coherencia, sentido común o inteligencia, especialmente en algunos casos como el laísmo, típico de las regiones de Castilla, Madrid, etcétera. Lo curioso es que son fácilmente detectables y evitables, y aun así siguen cometiéndose; pero lo más curioso y lamentable de todo es que la mayoría de hablantes no le dan ninguna importancia, o al menos no tanta como es menester.

Como todos deberíamos saber, estos tres vicios se tratan del intercambio arbitrario de los pronombres la, lo y le. El laísmo es cuando se utiliza la incorrectamente; el loísmo cuando se usa lo indebidamente; y el leísmo cuando se emplea le inadecuadamente. Los tres vicios son muy graves, pues hieren de manera brutal la coherencia gramatical de las frases u oraciones; es decir que carecen de todo sentido. En origen se producen por la confusión entre complemento directo e indirecto, pero la mayoría de hablantes cometen estos lamentables errores simplemente por repetición o imitación de las expresiones erróneas que han memorizado (en negrita porque es lo único que hacen, en lugar de comprender; no suelo emplear las palabras en vano, sin motivo ni razón...) y que no se plantean que sean tales.

Sabiendo la gramática justa para poder construir oraciones comprensibles una persona puede, por intuición y costumbre, no cometer nunca un laísmo o un loísmo; pero el asunto se complica bastante si se ha recibido una educación básicamente laísta, loísta y leísta. Es en esos casos cuando se hace especialmente necesario e imprescindible el conocimiento y tener la voluntad auténtica de querer hacer las cosas bien. Para aprender a emplear correctamente los pronombres átonos de tercera persona de manera ha de saberse qué son los complementos directos e indirectos y cuáles son sus diferencias y qué aportan a las oraciones. Como hay muchos manuales que explican este tema desde un punto de vista técnico, voy a intentar explicarlo con ejemplos, para que pueda conseguirse de manera intuitiva y rápida, además de dar algunos «trucos» y datos que pueden ayudar:

Él la (correcto: le) dijo que no la amaba.
Lo (correcto: le) he dado una carta a él.
A ustedes les (correcto: los) vi ayer.


Cuando alguien dice oraciones con errores de tan enorme calibre, cualquiera puede entender otras cosas diferentes a lo que el emisor quería expresar realmente. Sin embargo, normalmente podemos intuir el significado auténtico por el contexto —si, como en muchos casos, hay referencias suficientes—, pero no es, en absoluto, una manera eficaz, adecuada, coherente, inteligente ni recomendable de comunicarse. Los laísmos, loísmos y leísmos deben evitarse a toda costa; ser de regiones laístas, loístas y leístas no es excusa. Una cosa son los regionalismos, y otra muy diferente la negligencia gratuita e impune.

Si alguien dice, por ejemplo, *Él la pegó, podemos preguntarnos fácilmente: «¿Dónde y cómo la pegó? ¿En la silla y con pegamento?». Si dice *La pegó en la cara, podríamos pensar: «¿En qué cara la adhirió?». Todo es confusión, incoherencia y sinsentido. En cambio, si alguien dice: Él le pegó, todo se entiende perfectamente. No es obligatorio especificar a quién pegó, o si pegó a un hombre o a una mujer, sobre todo si en alguna parte del contexto ya se explica; pero si se concreta en la misma oración, puede decirse, por ejemplo, Él (le) pegó a Carmen.

También hay que considerar que muchas veces el pronombre no es necesario, y ni siquiera adecuado; por ejemplo, es mejor decir Él pegó a Pepe en lugar de la recargada y vulgar frase Él le pegó a Pepe, ya que el le significa ‘a Pepe’, por lo que sería algo como *Él a Pepe pegó a Pepe; mejor decimos Él le pegó o Él pegó a Pepe.

Una manera sencilla de comprobar intuitivamente qué pronombre es el adecuado en cada caso —y evitar, así, indeseables errores— es cambiar fragmentos de la oración dudosa:

Como la oración
*No debes decirlo (a José) esas cosas
no es correcta, entonces la oración
*No debes decirla (a María) esas cosas
tampoco es correcta
; debería ser
No debes decirle (a José) esas cosas
y
No debes decirle (a María) esas cosas.

El problema de este método es que si una persona es laísta y loísta a la vez, no le sirve de mucho, sobre todo si tiene una intuición lingüística mala. En esos casos no hay más opción que conseguir un conocimiento lingüístico mínimo, preferiblemente complementado con abundantes lectura buena y escritura esmerada, especialmente en lo que a gramática se refiere para conocer todos los elementos que constituyen las oraciones, qué funciones tiene cada uno y cómo se emplean correctamente.

Excepción leísta

Actualmente se admite, por su uso incluso entre personas de ciertas regiones consideradas cultas, el leísmo para el masculino singular; pero, evidentemente, siempre es preferible emplear la forma adecuada en cada caso:

No le (mejor: lo) mates (a él).

*No le (correcto: la) mates (a ella).

No le mates la mascota (a él o a ella).

Como puede observarse bien en el último ejemplo, el uso de uno u otro pronombre depende en muchos casos del carácter transitivo o intransitivo de la frase. Pero eso es ya un poco más técnico y no quiero complicar siquiera un poco mis explicaciones para que cualquiera con algo de voluntad para ello pueda entenderlas independientemente de su nivel lingüístico.

Para más información, consulta, por ejemplo, la página electrónica de la Real Academia Española, donde pueden consultarse gratuitamente versiones en línea del Diccionario de la lengua española y el Diccionario panhispánico de dudas y una sección de respuestas a las preguntas más frecuentes, en la que se encuentra una amena y útil explicación sobre muchos temas lingüísticos, este del laísmo, loísmo y leísmo incluido. Además, hay casos excepcionales —o que aparentan serlo— dentro de la norma que, en caso de duda al emplear los pronombres, deben consultarse en alguna fuente fiable para asegurar su empleo correcto.

Aparentemente es lógico pensar que ha mejorado mucho el nivel de conocimiento lingüístico en la sociedad estas últimas décadas. Espero que sea cierto y que mejore mucho más; aunque, visto lo visto, lo dudo seriamente... Siempre habrá una mayoría extremadamente ignorante y sin interés por aprender al menos lo más útil, lo vital. Lo peor que puede hacer un laísta, loísta o leísta es, evidentemente, no querer enmendar esas graves incoherencias gramaticales; eso es incluso peor y más intolerable todavía que esos mismos errores. Rectificar es de sabios.

Última edición: 25 de mayo de 2014.

22 de junio de 2009

Queísmo y dequeísmo

Bueno, creo que ya va siendo hora de volver a hablar sobre temas lingüísticos. En realidad siempre es muy necesario y recomendable, pero no conviene agobiar demasiado (pero demasiado es un término muy relativo, como todo en esta vida...). Aunque únicamente aprende el que realmente quiere aprender, y solo escribe y habla mejor el que realmente quiere...

Hoy me centraré en explicar un tipo de error que se encuentra entre los más frecuentes en ámbitos no demasiado cultos: la adición o supresión arbitraria de la preposición de cuando confluye con que.

Para utilizar adecuadamente las preposiciones de manera intuitiva es necesario comprender de verdad cada palabra y oración. La que más confusión crea es, aparentemente, la preposición de, que se añade y se elimina a diestro y siniestro, sin criterio. A la mayoría de estos errores se los llama dequeísmos (preposiciones de indebidamente agregadas) y queísmos (preposiciones de indebidamente suprimidas), aunque este tipo de error también se produce a veces en otros casos en los que que no está presente.

Veamos: si se habla imitando, es decir, repitiendo lo que se oye durante toda la vida, sin entender realmente ni pensar en lo que se dice, es muy fácil equivocarse. Y es lo que hace casi todo el mundo. Es fundamental saber suficientemente lo que se dice y se escribe, entender las palabras, frases y oraciones. Así que el primer paso va a ser analizar mejor el código, la lengua, en este caso el español o castellano. Si no se tiene facilidad natural, puede ayudar mucho leer textos buenos y utilizar el diccionario muy a menudo, con cualquier duda, además de aprender otras lenguas —con suficiente control normativo...— y, sobre todo, escribir mucho; escribir intentando seriamente hacerlo lo mejor posible es lo que más ayuda a aprender, ya que la duda es el amanecer del aprendizaje, la búsqueda es el mediodía y la comprensión es la noche. Los ejemplos también ayudan mucho a entender conceptos rápidamente.

Ejemplos de queísmo (falta de ante que):

*Me alegro que hayáis venido.
*Me olvidé que tenía que llamarte.
*No cabe duda que es un gran escritor.
*Pronto cayó en la cuenta que estaba solo.
*Nos dimos cuenta que era tarde.

Ejemplos de dequeísmo (sobra de ante que):

*Me alegra de que seáis felices.
*Es seguro de que nos quiere.
*Le preocupa de que aún no hayas llegado.
*Es posible de que nieve mañana.

Hay un «truco» que puede ayudar mucho a evitar queísmos y dequeísmos, y es hacerse una pregunta con un fragmento de la oración donde se encuentra la duda, tal que así:

La oración *He soñado de que comíamos mantecados en Navidad es incorrecta. Deberíamos preguntarnos y autorrespondernos: «Qué he soñado? Que comíamos mantecados en Navidad». La oración correcta es, pues, He soñado que comíamos mantecados en Navidad.

La oración *No se da cuenta que esa no es manera de comportarse es incorrecta. ¿De qué no se da cuenta? De que esa no es manera de comportarse. No se da cuenta de que esa no es manera de comportarse.

Hay más maneras de comprobar si la preposición de es necesaria:

No se da cuenta de que esa no es manera de comportarse.
No se da cuenta de eso.


En ninguna de las dos formas podría suprimirse la preposición de, pues la oración carecería de un fragmento importante de significado, estaría mal construida o sin acabar, el mensaje sería incoherente o incompleto. En lingüística suele ayudar mucho, en caso de duda, cambiar las cosas de sitio o de forma para comprobar si las expresiones u oraciones tienen sentido y evitar, así, indeseables errores.

Sea cual sea la preposición dudosa, siempre es cuestión de prestar un poco más de atención al código con el que nos comunicamos. En estos casos concretos, el propio verbo siempre requiere o rechaza preposiciones: es muy fácil detectarlo intuitivamente. Si se dan casos en los que aun probando estos «trucos» se duda sobre la preposición adecuada, es recomendable consultar alguna fuente fiable, como la página electrónica de la Real Academia Española.

En fin, me despido una vez más y te deseo mucha felicidad. ¡Hasta la próxima!