4 de noviembre de 2009

Punto

Quizá sea el signo de puntuación más frecuente. Su uso principal es señalar gráficamente la pausa que marca el final de un enunciado —que no sea interrogativo o exclamativo—, de un párrafo o de un texto. Se escribe sin separación de la palabra que lo precede y separado por un espacio de la palabra o el signo que lo sigue. La palabra que sigue al punto se escribe siempre con inicial mayúscula, excepto que se trate de punto abreviativo.

Tiene tres usos lingüísticos principales, y recibe tres nombres distintos en cada uno:

Cuando una frase u oración acaba y a continuación se va a expresar algo que tiene relación con lo explicado anteriormente, se emplea el punto y seguido —nombre más lógico y recomendable que el también usual de *punto seguido—.

Cuando se va a tratar de algo con cierta diferencia, se cierra y se termina el párrafo con el punto y aparte.

Cuando el texto termina —es decir, ya no se escribirá nada más a continuación— el último punto se denomina punto final. No es correcta la denominación *punto y final, creada por analogía de las correctas punto y seguido y punto y aparte.

Tiene dos usos más:

Se escribe después de las abreviaturas, con muy pocas excepciones; no es correcto escribir la gran mayoría de abreviaturas sin punto abreviativo.

Después o detrás de cada elemento abreviado o sigla en las siglas que no han sido adaptadas como palabras normales, opcionalmente se escribe un punto abreviativo (en todas ellas, incluida la última); aunque ya no se recomienda hacerlo por comodidad y agilidad, y porque no es necesario, incluso en enunciados escritos enteramente en mayúsculas.

Combinación con otros signos

El punto debe escribirse siempre detrás de las comillas, los paréntesis y las rayas de cierre, incluso aunque antes de ellos haya un signo de puntuación con valor de cierre, como el signo de exclamación, el de interrogarción, una abreviatura... 

No debe escribirse punto tras los signos de cierre de interrogación o de exclamación, pues ya contienen un punto y cierran el enunciado.

Si el punto de una abreviatura coincide con el punto de cierre del enunciado, solo debe escribirse un punto, nunca dos. Lo mismo ocurre con las siglas, en caso de que se escriban con puntos.

Nunca se escribe otro punto tras los puntos suspensivos cuando estos cierran un enunciado.

Usos no lingüísticos

Para separar las horas de los minutos cuando se expresan en números; para este uso, también pueden emplearse los dos puntos.

Para separar el día, mes y año en las fechas expresadas numéricamente; también se pueden usar el guión o la barra.

Usos incorrectos

No debe escribirse punto tras las unidades de millar en la expresión numérica de los años, ni en la numeración de páginas, portales de vías urbanas y códigos postales, ni en los números de artículos, decretos o leyes.

Aunque todavía es práctica común en los números escritos con cifras separar los millares, millones, etc., mediante un punto (o una coma, en los países en que se emplea el punto para separar la parte entera de la decimal), la norma internacional establece que se prescinda de él. Para facilitar la lectura de estos números, cuando constan de más de cuatro cifras se recomienda separar estas mediante espacios por grupos de tres, contando de derecha a izquierda. Esta recomendación no debe aplicarse en documentos contables ni en ningún tipo de escrito en que la separación arriesgue la seguridad. No se utiliza nunca esta separación, ni tampoco el punto, en la expresión numérica de los años, en la numeración de páginas, portales de vías urbanas y códigos postales, ni en los números de artículos, decretos o leyes.

Los símbolos (N, km, m, s, EUR, etc.), a diferencia de las abreviaturas, no llevan punto abreviativo nunca, pues no son abreviaciones, sino, como su propio nombre indica, símbolos.

Nunca se escribe punto tras los títulos y subtítulos de libros, artículos, capítulos, obras de arte, etc., cuando aparecen aislados y son el único texto del renglón. Tampoco llevan punto al final los nombres de autor en cubiertas, portadas, prólogos, firmas de cartas y otros documentos, o en cualquier otra ocasión en que aparezcan solos en un renglón.

Próximamente trataré sobre la coma, el signo de puntuación que más se emplea (aunque parece que hay personas que le tienen cierta aversión, y a otros les gusta tanto que la usan demasiado), y por consiguiente es de los más importantes para cualquier texto o escrito; el tema de los signos está casi terminado, así que en no mucho tiempo seguiré hablando de filosofía y otros aspectos de la lengua española.

¡Hasta la próxima!

24 de octubre de 2009

Paréntesis

Signo ortográfico doble con la forma ( ) que se usa para insertar en un enunciado una información complementaria o aclaratoria. Los paréntesis se escriben pegados a la primera y la última palabra del período que enmarcan, y separados por un espacio de las palabras que los preceden o los siguen (hay algunas excepciones); pero si lo que sigue al signo de cierre de paréntesis es un signo de puntuación, no se deja espacio entre ambos.

Usos

Para introducir incisos, con no mucha relación, en lo que se está diciendo, que tienen significado completo por sí mismos. Para menor grado de aislamiento, se usan la coma o la raya.

Para intercalar algún dato o precisión, como fechas, lugares, el desarrollo de una sigla, el nombre de un autor o de una obra citados, etc.

Para mostrar que algunos aspectos del texto pueden tener más de una opción o posibilidad: En el documento se indicará(n) el (los) día(s) en que haya tenido lugar la baja; Se necesita chico(a) para repartir pedidos. Como se ve en los ejemplos, los paréntesis que añaden segmentos van pegados a la palabra a la que se refieren. En este uso, la barra (/) también sirve.

Para encerrar, en las obras teatrales, las acotaciones del autor o los apartes de los personajes.

Las letras o números que introducen elementos de una clasificación o enumeración pueden escribirse entre paréntesis o, más frecuentemente, seguidas solo del paréntesis de cierre.

Combinación con otros signos

Los signos de puntuación correspondientes al período en el que va inserto el texto entre paréntesis se colocan siempre después del paréntesis de cierre. No debe colocarse ningún signo adicional solo por la presencia del texto entre paréntesis, aunque la oración se extienda mucho, ya que no supone ningún cambio en la estructura de la oración.

El texto contenido dentro de los paréntesis tiene una puntuación independiente, así que deben escribirse los signos de puntuación que sean necesarios; además, si el enunciado entre paréntesis es interrogativo o exclamativo, los signos de interrogación o de exclamación —de apertura y de cierre— deben colocarse dentro de los paréntesis.

Independientemente de que el texto entre paréntesis abarque todo el enunciado o solo parte de él, el punto se colocará siempre detrás o después del paréntesis de cierre: Se fue dando un portazo. (Creo que estaba muy enfadado).

Muy simple. Ya estamos un pequeño gran paso más cerca de la máxima perfección posiblemente alcanzable por un individuo de la especie humana. 

¡Hasta la próxima!

10 de octubre de 2009

Raya

Aquí estoy otra vez, más desesperado que la última por culpa de la estupidez de demasiadas personas, que las conduce irremediablemente a la ignorancia, la necedad y, en último término, a errar reiteradamente. Pero voy a olvidar eso, al menos por ahora, y vamos a lo bueno. Hoy voy a explicar qué es la raya, para qué sirve y cómo debe usarse.

La raya (que normalmente puede escribirse en ámbitos informáticos manteniendo presionada la tecla Alt y pulsando 0151 en el teclado numérico) es un signo de puntuación que se representa por un trazo horizontal (—) más largo que el correspondiente al guión (-), con el cual no debe confundirse. Las rayas —una de apertura y otra de cierre— se escriben pegadas a la primera y a la última letra del fragmento que enmarcan y separadas por un espacio de lo demás, excepto si lo que sigue a la de cierre es otro signo de puntuación, que se escribe pegado a ella. Hoy en día, la raya se emplea menos de lo recomendable; muchas veces se usa el paréntesis o la coma en el lugar que correspondería a la raya.

Usos

1. Para hacer aclaraciones o incisos con un valor aislante menor que el de los paréntesis pero mayor que el de las comas. La raya de cierre no se suprime aunque detrás de ella deba aparecer un punto o cualquier otro signo de puntuación.

2. Para hacer aclaraciones o incisos dentro de un texto ya encerrado entre paréntesis.

3. En textos narrativos, para introducir los comentarios del narrador a las intervenciones de los personajes. No se escribe raya de cierre si tras el comentario del narrador no sigue hablando inmediatamente el personaje; si sigue, debe colocarse: —No sé, señor —respondió él—. Alguna cosa nueva debe de ser; que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco. Aunque el diálogo del personaje termine en un signo con valor de punto, como el signo de cierre de interrogación, el comentario entre rayas empieza igualmente en minúscula: —¿Tienes hora? —preguntó él. Cuando el comentario del narrador no se introduce con un verbo de habla (decir, añadir, asegurar, preguntar, exclamar, reponer...), las palabras del personaje deben cerrarse con punto y el inciso del narrador debe iniciarse con mayúscula: —Voy a tumbarme. —Se tumbó en la cama.

Creo que todo eso es lo más importante. Para más información, visita esta página del Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española y la ASALE en general.

Como siempre, una persona que usa la raya (correctamente, por supuesto) demuestra mucho sobre su personalidad y también sobre sus conocimientos lingüísticos y, por ende, sobre todos lo demás rasgos o aspectos. ¿Qué imagen quieres dar a los demás? O lo que es más importante todavía: ¿qué imagen quieres tener de ti mismo? 

Hasta la próxima, estimado lector.

1 de octubre de 2009

Comillas

Por varios motivos de peso he decidido tratar el tema de los signos de puntuación de manera paulatina, por partes. Para empezar, algo fácil y común: voy a explicar qué son las comillas, cómo es cada tipo y para qué sirve cada uno de ellos. Podría ocurrir que muchos pensasen que lo saben todo sobre ellas, pero la verdad es que hay demasiadas cosas que desconocen; y eso si se molestan en pensar cuándo y cómo emplearlas.

Las comillas son signos ortográficos, y se usan tres tipos en español o castellano: las comillas angulares, también llamadas españolas o latinas  (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’). Según parece, la mayoría de la gente no tiene ni idea de la existencia de las angulares, aun siendo muy importantes (hechos similares son muy frecuentes, desgraciadamente). Aparte de por otras razones, disponemos actualmente de estos tres tipos por una fundamental: para diferenciar las partes entrecomilladas dentro de otras partes ya entrecomilladas; se usan las comillas angulares como primer recurso, las inglesas como segunda opción y las simples como último uso; por ejemplo: «Antonio me dijo: “Vaya ‘cacharro’ que se ha comprado Julián”». Aunque es infrecuente necesitar tanto entrecomillado junto, si se diera el caso no tendríamos problemas si solemos emplear las angulares primero, pero si hacemos como la mayoría y usamos primeramente las inglesas (teniendo las españolas es poco recomendable y menos inteligente usar las inglesas, ¿no?) podríamos encontrarnos con problemas. Además, las comillas angulares están al mismo nivel que el resto de elementos, e incluso los abrazan cálidamente, como una flor que se cierra grácil y silenciosamente para proteger sus partes más especiales y delicadas con un abrazo suave y fresco, y por consiguiente son mucho más lógicas que las inglesas o las simples, que ambas están ahí arriba, altivas, frías, totalmente fuera de lugar, como esquivando su verdadera función.

En los teclados, por influjo de la lingüística de Estados Unidos, no vienen configuradas predeterminadamente las angulares para escribirlas con una sola tecla, así que hay que usar otros métodos, como mantener presionada la tecla Alt y pulsar en el teclado numérico (el de la derecha; ¡asegúrate de que está activado!) 174 para las de apertura y 175 para las de cierre. De todas formas, para los otros dos tipos también deberían pulsarse más teclas, ya que estos signos (" ") no son realmente las comillas inglesas, y estos otros (' ') no son realmente las simples (los códigos para escribirlas correctamente con teclado, bajo el sistema operativo Windows, son Alt y 0147/0148 y 0145/0146), sino que son las versiones simplificadas, rectas o informáticas, que solo deben emplearse en ámbitos de programación digital.

Alguien podría creer que la elección entre angulares e inglesas como primer recurso para entrecomillar es aparentemente subjetivo, y que va según los gustos y personalidad del usuario (para escribir a mano es posible que las inglesas sean más fáciles de escribir, pero escribiendo con ordenador no cuesta tanto presionar unas pocas teclas más), pero, desde siempre, en absolutamente todos los libros o cualquier tipo de texto —incluso los que están en catalán y en alguna que otra lengua más— serio o formal y de una cierta calidad se emplean como primera opción las angulares; así que, si aprecias la calidad y las cosas bien hechas, no hay duda de cuáles debes usar. Nuestra manera de expresarnos, ya sea escrita u oral, dice mucho de nosostros: debemos tener eso siempre en cuenta. Hay una diferencia abismal entre una persona que usa las comillas angulares y otra que no. Una cosa es usar las comillas inglesas en textos informales y que requieran rapidez al escribir, o en textos técnicos (p. ej., informáticos, por la programación, que se emplean las rectas), y otra muy diferente es usarlas siempre, porque sí...

Sean cuales sean tus elecciones —que espero que sabiendo todo lo que te estoy contando sean las acertadas—, hay unas situaciones determinadas para hacer uso de un determinado tipo de comillas, y esto ya es mucho menos opcional:

Para mostrar que el texto es una cita textual:
Paco dijo: «¡Al fin he conseguido dejar el tabaco!»

En obras literarias, para enmarcar los textos que reproducen de forma directa los pensamientos de los personajes.

Para indicar que una palabra o expresión es impropia, vulgar, procede de otra lengua o se utiliza irónicamente o con un sentido especial; en estos casos se puede —y se recomienda, como es obvio, para no cargar tantos usos a las comillas— hacer uso de la cursiva, que es lo que suele hacerse en textos formales y de calidad desde hace muchos siglos.

Cuando en un texto escrito a mano se comenta un término desde el punto de vista lingüístico, este se escribe entrecomillado, pero únicamente cuando no puede hacerse uso de la cursiva, la cual es siempre preferible en estos casos: La palabra «cándido» es esdrújula.

En obras de carácter lingüístico, las comillas simples se utilizan para enmarcar los significados: La voz apicultura está formada a partir de los términos latinos apis ‘abeja’ y cultura ‘cultivo, crianza’.

Se usan las comillas para citar el título de un artículo, un poema, un capítulo de un libro, un reportaje o, en general, cualquier parte dependiente dentro de una publicación; los títulos de los libros, por el contrario, se escriben en cursiva (o, como es lógico, en redonda si el texto normal va en cursiva).

Y estas siguientes son las normas para escribirlas en combinación con otros signos:

Aunque haya un fragmento entrecomillado, los signos de fuera se escriben normalmente:
Sus palabras fueron: «No lo haré»; pero al final nos ayudó.
¿De verdad ha dicho «hasta nunca»?


El texto que va dentro de las comillas tiene una puntuación independiente y lleva sus propios signos ortográficos. Por eso, si el enunciado entre comillas es interrogativo o exclamativo, los signos de interrogación y exclamación se escriben dentro de las comillas:
Le preguntó al conserje: «¿Dónde están los baños, por favor?». 
«¡Qué ganas tengo de que lleguen las vacaciones!», exclamó.

De esta regla debe excluirse el punto, que se escribirá detrás de las comillas de cierre cuando el texto entrecomillado ocupe la parte final de un enunciado o de un texto (ver el caso siguiente).

Cuando lo que va entrecomillado es el final de un enunciado o de un texto, debe colocarse punto detrás de las comillas de cierre, incluso si delante de las comillas va un signo de cierre de interrogación o de exclamación, o puntos suspensivos:
«No está el horno para bollos». Con estas palabras zanjó la discusión y se marchó.
«¿Dónde te crees que vas?». Esa pregunta lo detuvo en seco.
«Si pudiera decirle lo que pienso realmente...». A Pedro no le resultaba fácil hablar con sinceridad.

Lo mismo ocurre en los casos de la raya y el paréntesis, que también son signos de puntuación dobles; es decir, que se componen de uno de apertura y otro de cierre.

Y eso es todo, de manera más o menos simplificada o resumida... Como puede verse, he reutilizado datos del Diccionario panhispánico de dudas en línea de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), de consulta gratuita disponible en la página electrónica de la Real Academia Española; únicamente he intentado hacer las explicaciones todavía más fáciles y resumidas y aportar lo que me ha parecido interesante. También he actualizado contenidos basándome en la nueva revisión de la Ortografía de la lengua española, de 2010. Para mucha más información, no dudes en visitar la página de la RAE, donde se encuentran para consulta gratuita el Diccionario de la lengua española (DRAE), el ya mencionado DPD y muchos más artículos con normas y convenciones oficiales, además de utilísimas explicaciones lingüísticas.

¡Hasta el próximo artículo!

Última edición: 29 de noviembre de 2013.

21 de septiembre de 2009

¿Por qué? Porque todo tiene su porqué...

Últimamente estoy bastante desconcertado y más preocupado de lo habitual por varias razones; una de ellas —y es la peor— es el infinito, irremediable y sempiterno carácter necio de demasiada gente. Resulta que, si te tomas la molestia de corregir errores lingüísticos a las personas, la mayoría, por causas muy poco racionales e impropias de la lógica, en vez de agradecértelo se enfadan, y según como les dé también te atacan y te insultan. Si los corrigieras mientras hablan en una reunión importante y formal, o entre personas no muy conocidas, te estaría bien merecido, porque ese no era el momento oportuno. Pero la cosa cambia, y mucho, cuando lo haces, por ejemplo, en unos foros dedicados exclusivamente a las lenguas, mediante la escritura. Si entras en ellos, te registras y hasta haces preguntas, ¿por qué entras en cólera o te sientes ofendido cuando alguien te corrige los errores? ¿Es que no quieres aprender? ¡Si tanta rabia te da ser un completo ignorante, apáñatelas para no serlo! Que no es tan difícil escribir mínimamente bien...

Pero bueno, ese no es el tema de hoy; únicamente quería expresar libremente una opinión muy importante y digna de tener en cuenta. El asunto principal de este artículo es la diferencia entre por qué, porque, porqué y por que; estos últimos días ya he visto demasiadas confusiones entre ellos en Internet, que, sumadas a las numerosas veces que había presenciado esos enormes fallos anteriormente, han rebasado el límite de tolerancia a las barbaridades de mi mente; así que lo explicaré, muy resumidamente para hacerlo más fácil de lo que ya es, por si sirve de algo; o, al menos, para desahogarme un poco... De todas maneras, siempre está la página electrónica de la Real Academia Española y las demás obras de toda la Asociación de Academias de la Lengua Española para resolver cualquier duda, confusión o error; en esta página que enlazo se explica perfectamente este tema y muchos otros, también de sumo interés.

Desgraciadamente, mucha gente ignora esas diferencias y confunde las cuatro formas frecuentemente, cometiendo así graves errores y haciendo difícil el entendimiento de las frases y oraciones que escribe; es menester recordar que cada uno de ellos tiene un significado diferente, y por consiguiente cambian el de la frase por completo. Además, como en casi todo en lo que a lengua española se refiere, es facilísimo saber distinguirlas, así que estoy ante la también sempiterna cuestión: ¿por qué se empeñan en hacerlo mal? Si fuese difícil todavía tendrían una excusa más o menos creíble; se trata, simplemente, de lo mismo de siempre: pasotismo y desinterés absolutos, la pereza por la pereza, la pasión por la ignorancia y el regocijo en la necedad.

Voy a proceder a explicarlo de una vez; empiezo por el que más se usa y prosigo en orden descendente:

por qué

Se emplea cuando se hace una pregunta o una exclamación, ya sea directa o indirectamente:

¿Por qué te comportas así?
No comprendo por qué te pones así.
¡Por qué calles más bonitas pasamos!


La tilde o acento gráfico, como siempre, es de vital importancia, así como la presencia o la ausencia del espacio.

porque

Se trata de una conjunción átona, razón por la que se escribe sin tilde. Puede usarse con dos valores:

• Como conjunción causal, para introducir oraciones subordinadas que expresan causa, caso en que puede sustituirse por locuciones de valor asimismo causal como puesto que o ya que:

No fui a la fiesta porque no tenía ganas [= ya que no tenía ganas].
La ocupación no es total, porque quedan todavía plazas libres [= puesto que quedan todavía plazas libres].

También se emplea como encabezamiento de las respuestas a las preguntas introducidas por la secuencia por qué:

—¿Por qué no viniste? —Porque no tenía ganas.

Cuando tiene sentido causal, es incorrecta su escritura en dos palabras.

• Como conjunción final, seguida de un verbo en subjuntivo, con sentido equivalente a para que:

Hice cuanto pude porque no terminara así [= para que no terminara así].

En este caso, se admite también la grafía en dos palabras (pero se prefiere la escritura en una sola):

Hice cuanto pude por que no terminara así.

porqué

Siempre lleva tilde y tiene un significado equivalente a motivo, causa y razón. Como es un sustantivo o nombre suele llevar un artículo u otro determinante delante:

Todo tiene su porqué.
No sabemos el porqué de su mala actitud.


Es muy fácil detectarlo porque siempre puede sustituirse por la palabra motivo (o las otras dos que he dicho antes, pero cambiando el género del artículo, claro) sin variar en absoluto el sentido de la oración.

por que

No lleva nunca tilde. Puede tratarse de dos secuencias: la preposición por + el pronombre relativo que; en este caso es más corriente usar el relativo con artículo antepuesto (el que, la que, etc.); o de la preposición por + la conjunción subordinante que. Esta secuencia aparece en el caso de verbos, sustantivos o adjetivos que rigen un complemento introducido por la preposición por y llevan además una oración subordinada introducida por la conjunción que:

Este es el motivo por (el) que te llamé.
Los premios por (los) que competían no resultaban muy atractivos.
No sabemos la verdadera razón por (la) que dijo eso.
Al final optaron por que no se presentase.
Están ansiosos por que empecemos a trabajar en el proyecto.
Nos confesó su preocupación por que los niños pudieran enfermar.


Si deseas más información acerca de este o de cualquier otro aspecto lingüístico, échale un buen vistazo a la página del enlace que he colocado arriba y a toda la página electrónica de la RAE, donde, como digo, se explica prácticamente todo lo que se necesita saber acerca de la buena lingüística; alberga un conocimiento de valor incalculable, aunque algunos —todos ellos necios— no quieran reconocerlo. Es la mejor opción para aprender mucho sobre español en Internet, y además con el único coste de la electricidad y el servicio de conexión a la Red. Claro que también está la Ortografía de la lengua española, que es algo más carilla de obtener, pero es un gasto único para adquirir algo que dura toda la vida y que es utilísimo, así que está muy bien invertido.

Es posible que próximamente hable acerca de los signos de puntuación, ya que es uno de los aspectos que más se descuidan, habitualmente, a la hora de escribir; ¡y eso que son extremadamente importantes! Son la estructuras fundamentales de cualquier texto... ¡Aunque todo es importante a su manera!

¡Hasta pronto!

Última edición: 18 de agosto de 2013.

3 de septiembre de 2009

Consideraciones y escritura de símbolos como kB, MB, GB, kb, Mb, Gb...

¿Nunca te has preguntado a qué se debe la diferencia al ver que las cifras que dicen los fabricantes de equipo digital y las que muestran la mayoría de programas —como los propios sistemas operativos— no son las mismas? Por ejemplo, si compras un disco duro de 500 GB (gigabytes) y lo conectas a tu equipo, ¡tu sistema operativo indica que solo tiene unos 465 GB!

En realidad la capacidad no es menor de lo prometido; lo que ocurre es que tanto empresas de hardware como autores de software tienen sus costumbres e ideas y ninguno de ellos parece informarse mejor, rectificar y mejorar su manera de hacer las cosas. Pero ¿quién tiene razón, o quién está menos equivocado?

Prefijos decimales y binarios

El mayor problema de este tema de los símbolos informáticos como kb, kB, Mb, MB, Gb, GB, kb/s, Mb/s, KiB, MiB, GiB... es que la mayoría de personas, muchos informáticos profesionales incluidos, no conocen de manera suficiente los sistemas de medida de información digital, o los símbolos en general, y muy poco hace falta entonces para que se cree una caótica confusión de expresiones que está durando ya más de tres décadas.

k = kilo- = 1 000
M = mega- = 1 000 000
G = giga- = 1 000 000 000

Resulta que para los datos técnicos de hardware suele emplearse el sistema decimal, y no el binario, y por tanto se usan estos prefijos decimales; mientras que la mayoría de programas, que usan el sistema binario, también usan estos prefijos y los tratan como si fueran binarios, cuando en realidad no lo son. Es decir, los prefijos kilo-, mega-, giga-, tera-... son decimales.

En principio puede llegar a creerse (en ámbitos puramente informáticos) que 1 GB son 1 024 MB (megabytes) y no 1 000; o 1 MB son 1 024 kB (kilobytes) y no 1 000... Pero la realidad es que 1 GB son exactamente 1 000 MB, y 1 MB son 1 000 kB, según los auténticos significados de estos prefijos.


Hace ya unas décadas se acostumbraba a expresar la capacidad de cualquier dispositivo informático en K, y más recientemente en KB (ambos supuestamente simbolizando kilobyte), como símbolos adaptados a las nuevas tecnologías que empezaban ya a popularizarse. El problema es que K (mayúscula) en realidad significa ‘kelvin’, y no kilo-, que es siempre k (minúscula), y ni K ni KB están oficialmente aceptados por ninguna organización o convención como sinónimos de kilobyte. La única manera estándar de escribir kilobyte en forma de símbolo es kB; a pesar de todo esto, todavía hoy muchas personas confunden la K y la k y los símbolos pierden efectividad y significado al ser intercambiados constantemente.

Es por eso que la International Electrotechnical Commission intentó acabar allá por 1998 con la enorme confusión creando prefijos binarios:

kibi- = Ki
mebi- = Mi
gibi- = Gi
tebi- = Ti

Pero por lo visto, los kibibytes (KiB), los mebibytes (MiB), los gibibytes (GiB) y demás unidades binarias por alguna razón no han acabado de ser muy populares, lamentablemente. Así que actualmente los fabricantes de hardware suelen emplear prefijos decimales como decimales, y muchos creadores de software siguen utilizando, por alguna razón, prefijos decimales como binarios, perpetuando la consiguiente confusión entre el público.

¿Cuándo es k y cuándo K?

Según las normas y convenciones internacional y oficialmente aceptadas kilobyte se escribe con k minúscula porque es el símbolo del prefijo kilo-, por lo que debe escribirse kB, nunca *KB (que sería algo así como ¿kelvin byte?...). Ocurre lo mismo con kb (kilobit) y con todo el resto de usos del prefijo kilo-, como en km (kilómetro; no *Km), kHz (kilohercio; no *KHz), etcétera.

Hemos visto que k (kilo-) es un prefijo decimal que equivale a 1 000 unidades. Por ello, hay quienes quieren insisten en establecer K (mayúscula) como su versión binaria. Pero esto no sería en absoluto conveniente.

No se acepta K (mayúscula) como prefijo binario porque ya existen oficialmente los prefijos binarios, como se ha mencionado anteriormente desde 1998, para expresar cada cantidad con sus unidades concretas y correspondientes, que al tener más diferencias gráficas con los prefijos decimales evitarían mucho mejor cualquier mera confusión. La existencia de k y K hace muy frecuente la confusión entre ambos símbolos por su similitud gráfica, y si se aceptara K como prefijo binario la situación sería mucho más caótica si cabe. ¿Y qué pasaría con M (mega-), G (giga-)...? ¿Deberíamos tener dos formas muy parecidas también de cada uno, cambiando solo de mayúsculas a minúsculas, por ejemplo? Eso sería absurdo.

Por consiguiente, es mucho más recomendable usar los prefijos decimales como prefijos decimales, y los prefijos binarios ya asignados oficialmente como prefijos binarios.

Cabe destacar que k, al igual que el resto de símbolos que representan prefijos, no deben escribirse individualmente, sin otro elemento al que unirse: por ejemplo, 60 kg, no *60 k.

La diferencia entre b y B

Algo relativamente similar ocurre con los símbolos de bit (b) y byte (B), que lamentablemente se confunden e intercambian más de lo recomendable, con la consiguiente incertidumbre que puede llegar a generarse y los posibles errores que pueden cometerse. Esta confusión es mucho peor si cabe que todo lo comentado anteriormente, y a pesar de ser un tema mucho menos complejo, todavía no está libre de problemas. La diferencia entre ellos es bien clara: un byte son ocho bits.

b = bit
B = byte = 8 b

Habitualmente los bits se usan para expresar velocidad (por ejemplo, 100 Mb/s), mientras que los bytes se emplean para indicar capacidad de almacenamiento (por ejemplo, 500 GB).

Recordemos también que el por de, por ejemplo, megabit por segundo, se expresa con una barra (/), no con p, ya que este símbolo pertenece en realidad al prefijo pico- (0,000 000 000 001). Representar el por con p es por consiguiente incorrecto porque no es símbolo, pero tampoco abreviación, y recordemos igualmente que los símbolos solo pueden unirse con otros símbolos, y por tanto es incorrecto mezclar símbolos y otros elementos en la misma expresión.

En conclusión, opino que todos deberíamos acostumbrarnos a usar las formas binarias más a menudo, cuando sea adecuado. Pero lo más importante de todo es tener como mínimo el conocimiento necesario para no cometer errores. Eso sería lo más coherente y conveniente.

Saludos cibernéticos.

Véase también
Abreviaturas, siglas, acrónimos y símbolos: lista y consideraciones vitales
Abreviaturas, siglas, acrónimos y símbolos

Última edición: 15 de octubre de 2015.

31 de agosto de 2009

Adverbios con posesivos

Está bastante extendido el uso de posesivos en referencia a adverbios como cerca, detrás, delante, debajo, dentro, encima, enfrente. Sin embargo, el sistema de la lengua española no acepta de manera natural este tipo de construcciones, por lo que en la lengua culta debe evitarse el uso de esos adverbios con adjetivos posesivos. Así pues, no debe decirse *detrás mío, *delante suyo, etc., sino detrás de mí, delante de él, etc. La razón es que en esos casos lo coherente y natural en la lengua española es emplear pronombres en lugar de posesivos, como se muestra en los ejemplos siguientes:

Estoy delante de María.
=
Estoy delante de ella.

*Estoy delante suyo.

Podemos sustituir María por ella, pero no por suyo. Aparte de por interferencias con otras lenguas como el catalán, este vicio puede aparecer por lo intuitivo que resulta relacionar vocablos con denotaciones de lugar con el punto de vista de cada persona y mezclar así conceptos: en el ejemplo anterior, me encuentro en lo que podemos percibir como el delante de María, su delante; pero tal como estas últimas palabras demuestran, tales consideraciones carecen de sentido en cualquier construcción lingüística del sistema de la lengua española, pues delante no es sustantivo, sino adverbio, por lo que no es correcto ni adecuado tratarlo como tal y decir *el delante, *su delante o *delante suyo. Lo mismo ocurre con el resto de adverbios, como después, antes, etc.: *antes mío, *después tuyo.

Todo lo anterior se aplica, como es evidente, a los adverbios, no a los auténticos sustantivos como lado, que como puede comprenderse tienen otras características:

Estoy al lado de María.
=
Estoy al lado suyo.
=
Estoy a su lado.

Además, es de vital importancia señalar que, como es natural, el posesivo pospuesto debe concordar en género con el sustantivo al que modifica; así pues, debe decirse al lado suyo (nunca al lado *suya), puesto que el sustantivo lado es masculino y el posesivo se refiere a él y a ningún otro fragmento de la frase u oración.

En otras lenguas como el catalán —que ya he mencionado anteriormente— sí es correcto decir, por ejemplo, davant meu, ya que se trata de un sistema diferente que, aunque bastante similar, tiene sus propias consideraciones y características (y por supuesto siempre concuerdan en género, como es lógico); cada idioma tiene sus rasgos, propiedades, características, convenciones y consideraciones, y no deben mezclarse arbitrariamente con las de otros, ni desaparecer en sustitución de otras en vano, etc. Es absurdo y pernicioso copiar costumbres y características de lenguas extranjeras innecesariamente, en detrimento de la coherencia y la identidad de otras.

Este artículo demuestra flagrantemente que no es capricho de nadie que no se dé por válido el uso de posesivos con adverbios, sino que hay razones lógicas, racionales e indiscutibles para no hacerlo, y permite que toda persona, aunque su nivel lingüístico sea mínimo, lo comprendenda. Eso es, precisamente, lo primero que quiero conseguir escribiendo aquí.

Y, como suelo decir, lo que pretendo no es que escribamos y hablemos todos a la suma perfección, sino hacerlo mínimamente bien, lo justo para el código del mensaje sea coherente, correcto, eficiente y muy fácilmente comprensible y poder así, también, apreciar, respetar y valorar la lingüística como se merece, y no destruirla (lo que si se llegara a dar acabaría también con nosotros...). Si no se usa correctamente el código, ¡el mensaje que se desea transmitir de poco sirve! Hay que tener muy en cuenta y no olvidar jamás que cuanto mejor usemos los códigos con los cuales transmitimos información o datos, más merecedores seremos de tener el derecho, el honor y el privilegio de emplearlos. Un buen mensaje transmitido con un mal código es como un mensaje absurdo e incongruente, porque no puede ser fácil, correcta y adecuadamente entendido. Lo que más rabia me da no es que se haga demasiado frecuentemente muy mal uso de la lengua —que también, por supuesto—, sino el pasotismo y la dejadez, la ignorancia y la necedad, que ello demuestra; la visceral manía de anteponer todo lo demás a la lingüística. Si no tenemos respeto ni interés por algo que nos ha servido, nos sirve y nos servirá tanto y tan bien, ¿cómo vamos a respetarnos a nosotros mismos y avanzar como especie inteligente? Una persona no puede considerarse inteligente y culta hasta que domine suficientemente su lengua nativa, tanto de manera escrita como, por consiguiente, hablada. Y por supuesto cuantos más idiomas se aprendan, mucho mejor, pero eso es secundario. De nada sirve saber poco de muchos campos; eso es conocimiento basura, falso, irreal. Antes que nada hay que tener una base bien sólida para poder soportar perfectamente otros conocimientos y saber emplearlos adecuadamente.

Infinitivo por imperativo

Hoy hablaré sobre un tema que a pesar de ser increíblemente simple, sencillo y de sentido común genera errores e imprecisiones considerables en la lengua hablada y, por extensión, también en la escrita. Únicamente se requiere un mínimo esencial de sentido común, inteligencia y buena voluntad. Se trata del incoherente, indebido e inadecuado uso del infinitivo en lugar del imperativo.

Esto es algo tan sencillo que es casi ridículo decirlo; pero más ridículo es tener que decirlo por ser este error tan grave, triste y extremadamente habitual en el registro coloquial. Parece ser que casi nadie sabe que hay una abismal diferencia entre los modos infinitivo e imperativo; y, si alguien lo sabe y sigue cometiendo premeditadamente o por dejadez este tipo de errores, entonces comete doble delito por ello. O tal vez alguien piense que utilizar el verdadero imperativo es algo que solo se hace en la literatura; quizá crean que, si hablaran con buen gusto y mucho entendimiento, parecerían poetas, escritores o, en el peor de los casos, personas cultas (nótese el sarcasmo). O incluso puede haber quien piense que, cambiando la d por la r, se pronuncia más rápida y fácilmente; será que, como hay tanta diferencia entre ambas, el coste energético, tanto físico como metal, se dispara. En cualquier caso, voy a proceder a explicar el irracionalmente grandísimo problema, que no creo que me consuma demasiado tiempo, también porque ya he hablado mucho dado mi gran descontento con el asunto, por si sirve de algo; cosa que dudo con seriedad: cuando se da una orden a alguien, hay que emplear el imperativo, que precisamente para eso fue creado, y no el infinitivo, que tiene otros significados y usos completamente diferentes. Así pues, no debe decirse *comer (vosotros), *iros (vosotros), etc., sino comed (vosotros), idos (vosotros)...

Ahí lo tenéis; ¿ha sido para tanto? Habiendo varias maneras para decir cosas diferentes, ¿por qué debemos usar una sola? Al final, acabaremos hablando como los indios americanos: usando el infinitivo para todo (como «graciosamente» se muestra en las películas de género western).

De más está de decir (lo triste es que en realidad no está de más...) que es absolutamente inadecuado e inaceptable emplear formas impersonales en lugar del imperativo: *Si me queréis irse (correcto: idos).

2 de julio de 2009

Fonética

Este tema tampoco es nada complicado, pero sí que requiere algo más de atención y cuidado a la hora de hablar, lo que puede costar un poco a ciertas personas. Se trata de la pronunciación errónea de los sonidos que nos señalan las letras. Tampoco entiendo muy bien por qué se cometen este tipo de fallos, pero puedo entenderlo mejor que el caso anterior, ya que existen diferentes pronunciaciones y variaciones según las regiones. La clave del asunto es que solo porque se pronuncien de otras maneras en otras zonas, desde hace mucho tiempo, no quiere decir que sean correctas. Existen unas normas de fonética, aunque muchísima gente esté completamente convencida de que no existen tales reglas. A continuación, explico el sonido adecuado (en español) que corresponde a cada letra en cada situación, por orden alfabético. No están todas, únicamente las más importantes y frecuentes: hay algunas que están tan extendidas (como y en vez de ll, fenómeno conocido como yeísmo) que ya pocas personas saben cómo deben pronunciarse, y otras que son prácticamente exclusivas de algunas regiones. Allá voy, pues; no son nada difíciles:

d
Esta letra siempre se pronuncia /d/, se encuentre a final de palabra o no. No hay razones para prounciarla como si fuese una z o una t; aunque es preferible el sonido /t/ que /z/ por su mayor proximidad o parecido con el adecuado. Todos sabemos más o menos que pronunciarla como la z se acostumbra a hacer básicamente en Madrid y alrededores, y como la t en Cataluña, pero este vicio con la -d a final de palabra puede oírse también a hablantes de otros lugares.

n
¿Que no sabes cuál es el problema con la n? Hay que prestar un poco de atención para detectarlo con oídos inexpertos o desinteresados, pero su pronunciación cambia muchísimo la fonética de las palabras. Resulta que hay muchas personas que velarizan este sonido, por decirlo de alguna manera; agregan una g después de la n cuando esta letra se encuentra al final de las palabras. Es como si hablasen usando demasiado, o de manera inadecuada, la famosa úvula o campanilla. Es un vicio o defecto que, curiosa y lamentablemente, suelen cometer mucho los locutores de televisión (anuncios, documentales...) y algunos actores, aunque también demasiadas personas que no utilizan su voz profesionalmente. Como cualquiera con algo de sentido común puede entender, este vicio hace sonar bastante mal las palabras y frases del hablante. Es realmente desagradable. Así pues, cajón no se pronuncia *[kajóng], sino [kajón]; redacción no se pronuncia *[rredakzióng], sino [rredakzión], monstruo no se pronuncia *[móngstro] ni *[móngstruo], sino [mónstruo]... Recordemos que estoy hablando de la lengua española, no de la gallega, en la cual parece que suele pronunciarse, por alguna razón, velarizada.

s
En español no hay mucho problema —dejando a un lado que demasiadas veces, regionalmente, no se pronuncia— con la s, pero sí lo hay al pronunciar adecuadamente términos de otras lenguas, como la inglesa, cuando se encuentra al comienzo de palabra, especialmente si va delante de consonante. No estoy diciendo que deba obligatoriamente pronunciarse a la perfección, sin saber, toda la palabra: se trata, simplemente, de no inventarse sonidos que no existen en su contexto original. Únicamente debería hacerse cuando la palabra ya esté castellanizada o españolizada completamente (como estrés, escáner...), ya que se hace para facilitar la pronunciación rápida y fluida y adaptarla a nuestra lengua —que tiene sus características propias—, pero si no lo está, no hay motivo justificable para hacerlo. ¡Que no es tan difícil omitir esa e inexistente, hombre! ¿O sí?... Sin embargo, puede comprenderse que si una persona no sabe más idiomas que el español, puede resultarle muy difícil pronunciar debidamente vocablos extranjeros, así que si lamentablemente te resulta imposible física y mentalmente no pronunciarla aunque no exista —lo que suele ocurrir más comprensible y frecuentemente cuando antes de la s hay otra s (p. ej., los stops)—, hazlo, pero únicamente cuando vaya delante de consonante y nunca, bajo ningún concepto, si después va una vocal (aclaro aquí y más abajo: la w es vocal en inglés, y se pronuncia /u/). Así pues, no es recomendable decir *estop, sino stop; jamás debe decirse *esword, sino sword (‘espada’)...

sh
Esta secuencia de letras está presente en la lengua española, pero de manera muy diferente a la de la lengua inglesa, y evidentemente su pronunciación también es diferente; confundirlas y simplificar la forma extranjera hasta convertirla en el sonido /s/ personalmente considero que no es nada adecuado ni recomendable. Lamentablemente ocurre demasiado frecuentemente por la increíble ignorancia lingüística —y de otras índoles— que caracteriza a la mayoría de la sociedad; este sonido, como no es natural en la lengua española, muchos no saben pronunciarlo, y lo peor es que ni se interesan en aprender... Si lo hicieran, descubrirían que es asombrosamente fácil; no moriría nadie por incorporar este sonido a nuestro repertorio fonético del español. Lo que toda persona que se precie debería saber es que esa h en vocablos foráneos (extranjerismos) modifica el sonido del dígrafo; es una manera de expresar que ambas letras juntas deben pronunciarse de una manera especial. La hache no es siempre muda, como suele creerse, y mucho menos en otras lenguas. La hace no está de adorno o porque sí en ninguna lengua. En inglés casi nada se pronuncia tal como se escribe: como digo, esa h junto a la s no está ahí para adornar. Así pues, pronunciar este conjunto como una s sola o cualquier otro sonido que no sea /sh/ carece, en muchos casos, de razón y justificación. Para empezar, el sonido /sh/ es muy fácil de hacer: la secuencia sh es un dígrafo con el que se representa gráficamente el fonema prepalatal fricativo sordo /sh/ (similar al sonido que emitimos cuando queremos imponer silencio). Está comprobado: dejar pasar un poco más aire entre los dientes con la ayuda de la lengua no produce dolor; así pues, no hay excusa. Es un vicio que se da demasiado; hasta la mayoría de los profesionales que dependen de la voz (locutores, actores...) lo tienen. Una cosa es adaptar o españolizar adecuadamente vocablos extranjeros por necesidad, y otra muy distinta pronunciarlos como nos viene en gana. Así pues, deshonrar se pronuncia [desonrrár], pero flash se pronuncia [flash], etcétera En bastantes adaptaciones de vocablos extranjeros la secuencia sh se convierte en ch (por ejemplo, champú, de shampoo); el sonido /sh/ está a medio camino de ch y s. No obstante, esto puede ser ridículo aplicarlo a algunos términos concretos, por lo que sería conveniente, como he dicho, que todos los hispanohablantes supieran pronunciar este conjunto de letras confluyentes. Ningún conocimiento está de más, sino todo lo contrario.

v
Con la v no suele haber ningún problema, pero tampoco se libra de la confusión, como no podía ser de otra manera. Algunos —por fortuna muy pocos— creen que en español se pronuncia de manera diferente a la b, y no es así; creo conveniente aclararlo. Lo que copio a continuación es lo que se dice al respecto en la Ortografía de la lengua española de 2010:

No existe en español ninguna diferencia de pronunciación de las letras b y v, ya que las dos representan el sonido bilabial sonoro /b/. La articulación de v como labiodental no es propia del español, y solo se da de forma espontánea en hablantes valencianos o mallorquines y en los de algunas zonas del sur de Cataluña, cuando hablan castellano, por influencia de su lengua regional. También se da espontáneamente en algunos puntos de América por influjo de lenguas amerindias. En el resto de los casos, es un error que cometen algunas personas por un equivocado prurito de corrección, basado en recomendaciones del pasado, pues, aunque ya en el primer diccionario academémico, el Diccionario de autoridades (1726-1739), se reconoce que «los españoles no hacemos distinción en la pronunciación de estas dos letras», varias ediciones de la Ortografía y de la Gramática académicas de los siglos XVIII, XIX y principios del XX describieron, e incluso recomendaron, la pronunciación de la v como labiodental. Se creyó entonces conveniente distinguirla de la b, como ocurría en varias de las grandes lenguas europeas, entre ellas el francés y el inglés, de tan notable influjo en esas épocas; pero ya desde la Gramática de 1911 se dejó de recomendar esa distinción. En resumen, la pronunciación correcta de la letra v en español es idéntica a la de la b, por lo que no existe oralmente ninguna diferencia en nuestro idioma entre palabras como baca y vaca, bello y vello, acerbo y acervo.

w
Su nombre es uve doble. No existía en latín, y entró en el español por la vía del préstamo y solo se emplea en la escritura de voces procedentes de otras lenguas, en las que puede representar, según los casos, dos fonemas distintos: el vocálico /u/ y el consonántico /b/. Así pues, debe tenerse siempre en cuenta el origen de la palabra antes de pronunciarla, o incluso adaptarla al español, para hacerlo correctamente. En un principio se tendió a adaptar con v los préstamos del inglés que presentaban una w en su grafía originaria, pero ese procedimiento se consideró, pronto —aunque no lo suficiente—, indebido e inapropiado. Lo adecuado y correcto es, como ya he mencionado, considerar el origen del vocablo en cuestión: si procede del inglés, siempre será /u/ (vocal); si procede del alemán, siempre será /b/ (consonante).

x
También está bastante bien su definición en el DRAE —aunque ligeramente anticuada—, pero contiene una afirmación que es extremadamente importante que explique y aclare:

Vigesimaséptima letra del abecedario español, y vigesimacuarta del orden latino internacional, que representa un sonido consonántico doble, compuesto de k, o de g sonora, y de s, p. ej., en axioma, exento, que ante consonante suele reducirse a s; p. ej., en extremo, exposición. Antiguamente representó también un sonido consonántico simple, fricativo, palatal y sordo, semejante al de la sh inglesa o al de la ch francesa, que hoy conserva en algunos dialectos, como el bable. Este sonido simple se transformó después en fricativo, velar y sordo, como el de la j actual, con la cual se transcribe hoy, salvo excepciones, como en el uso mexicano de México, Oaxaca. Su nombre es equis.

Quiero hacer mención especial a lo que he resaltado con estilo negrita. Simplemente: se hace por pura pereza y total negligencia. Para mí, alguien que dice, por ejemplo, *estremo, o *esposición, no está hablando nada bien. Es de muy mal gusto, muy desagradable. Son equis y hay que pronunciarlas como tales, con su articulación completa: /ks/. Es indiferente que después haya consonante, o haya lo que haya: ¡que no es tan difícil de pronunciar, por el amor de Dios! No creo que sea desmesurado pedir que se pronuncie cada letra como se decidió en su momento. La x (equis, y no *equids ni *equits) se pronuncia normalmente /ks/ (forma recomendada) o, a veces, /gs/. Copio un fragmento de la Ortografía de 2010, página 128:

En España, la x en posición final de sílaba (esto es, seguida de una consonante) también suele articularse, en la pronunciación relajada, como simple /s/. [...] En cambio, en el español de América, así como en la pronunciación culta enfática de España, la x ante consonante suele conservar su articulación característica como /k + s/.

En los casos en los que se encuentra a comienzo de palabra, el asunto cambia: algunos lingüistas afirman, dando algunas razones no del todo convincentes, que en esos casos debe pronunciarse /s/ —y nunca /ks/—; pero otros —entre los cuales me incluyo— somos partidarios de que debe pronunciarse /sh/, incluso aunque ese sonido no exista naturalmente, en principio, en la lengua española. Pero tampoco existían muchas otras cosas que ahora están tan integradas que suele ignorarse que no eran propias de nuestro sistema lingüístico; sin ir más lejos, las letras k y w, que nos sirven muy bien para adaptar términos y expresiones de otras lenguas.

Y por ahora nada más; aunque todavía queda mucha lingüística que explicar, aclarar y divulgar. Sabemos que algo es correcto, adecuado y recomendable por la que probablemente es nuestra capacidad o habilidad más valiosa: la suma de conocimiento, inteligencia y sentido común que supuestamente todo ser humano puede y debe poseer. La lingüística tiene muchas normas, convenciones, variaciones, excepciones, etc., que se multiplican y diversifican a lo largo de la historia de la humanidad, pero sabemos —o deberíamos saber— cuándo una expresión, término, pronunciación, convención, etc., son correctos porque tienen auténtico sentido, lógica y criterio (y es cuando se producen las normas y convenciones lingüísticas, que aseguran esas características e impiden que se desvanezcan con demasiada facilidad).

1 de julio de 2009

Prefijos: consideraciones vitales

Aquí estoy otra vez. No pensaba escribir durante algún tiempo ningún artículo más sobre lingüística, pero estoy absolutamente harto de ver y oír tantas locuras y abominaciones, así que me he sentido fuertemente impulsado a escribir el tercer artículo sobre lingüística en mi bitácora. Ya sé que voy a conseguir mejorar la situación realmente poco, pero al menos debo intentarlo, y también me ayuda a descargar tensiones expresándome y, por consiguiente, a soportar un poco mejor este tipo de sucesos. De todas maneras, nunca se sabe cuánto puede una sola persona —o un único artículo— cambiar el mundo...

Hoy explicaré de manera muy simple y comprensible cómo se escriben correctamente los prefijos y cómo deben pronunciarse algunas letras según su contexto. Ambos temas no son complicados en absoluto, y sin embargo hay mucha confusión e ignorancia al respecto... Y con los prefijos se hacen verdaderos estropicios y abominaciones que quedan ignominiosamente patentes en la escritura y, en la mayoría de casos, impunes. Los prefijos son elementos afijos, carentes de autonomía, que se anteponen a una base léxica (una palabra o, a veces, una expresión pluriverbal) a la que aportan diversos valores semánticos. Y es que escribir bien los prefijos es tan fácil, simple, lógico y de sentido común que precisamente por eso mismo me da tremenda rabia verlos mal escritos, lo que es tristemente frecuente; es decir, pseudounidos a la palabra principal mediante un guion (lo que carece de toda lógica e inteligencia), o separados de ella por un espacio (lo que solo en unos pocos y muy concretos casos es correcto y aceptable).

En español, como norma general, los prefijos se escriben unidos totalmente al lexema al que modifican, sin ningún signo ni espacio entre ellos.

Esa es la clave, el gran secreto que tan pocos parecen saber. Muy pocas e infrecuentes son las excepciones de la norma, y todas están perfectamente explicadas en la Ortografía de la lengua española de 2010, el Diccionario panhispánico de dudas y en la página de la Real Academia Española, además de mi otro artículo sobre los prefijos, mucho más extenso, didáctico y explicativo.

Por si alguien todavía no sabe qué o cuáles son los prefijos, o por si hay personas con buena actitud leyendo este artículo y quieren aprender más sobre ellos, a continuación expongo una lista de los más frecuentes:

a- (‘privación o negación’): amoral, anormal, apolítico, atípico, anaeróbico.
ante- (‘anterioridad en el espacio o en el tiempo’): antebrazo, anteponer, antepenúltimo, anteayer, anteproyecto.
anti- (‘opuesto’, ‘contrario’, ‘que combate o evita’): anticristo, antipapa, antiabortista, antifascista, anticonstitucional, antimonopolio, anticongelante, anticorrupción, antimafia, antiniebla, antirrobo, antivirus.
archi- (‘superioridad o preeminencia’, ‘sumamente’): archiduque, archidiócesis, archiconocido, archimillonario.
auto- (‘de o por uno mismo’): autopromoción, autorretrato, autocensura, autolesionarse.
co- (‘conjuntamente con otros’): coguionista, coexistir, copresentar, coproducción, copropietario.
contra- (‘posición opuesta o enfrentada’, ‘opuesto o contrario’, ‘reacción en contra’): contraportada, contraorden, contraveneno, contratacar, contraespionaje.
cuasi- (‘casi, no totalmente’): cuasidelito, cuasicerteza, cuasiunanimidad, cuasiautomático, cuasipolicial, cuasiperfecto.
de(s)- (‘negación o carencia’, ‘cesación o acción contraria’): desamor, desempleo, descortés, desobedecer, descoser, de(s)codificar.
dis- (‘negación o contrariedad’): disconforme, discapacitado, disgusto.
entre- (‘en medio o en posición intermedia’, ‘a medias’, ‘entre sí’): entreplanta, entrecerrar, entrechocar, entremezclar(se).
ex- (‘que fue y ya no es’): excombatiente, exjugador, exnovio, exrepresentante, exsecretario.
extra- (‘fuera de’, ‘en grado sumo’): extrauterino, extrarradio, extraterrestre, extramuros, extraordinario, extrafino, extrasuave.
hiper- (‘superioridad o exceso’): hipertensión, hiperrealismo, hiperactivo, hiperventilar.
hipo- (‘inferioridad o escasez’): hipocalórico, hipotenso.
in- (‘privación o negación’): inacción, incertidumbre, incómodo, incapaz, invendible, incumplir, imposible, imbatible, irreal, ilegal.
infra- (‘debajo de o por debajo de’, ‘inferioridad o insuficiencia’): inframundo, infrasonido, infravivienda, infrahumano, infrautilizar, infravalorar.
inter- (‘en medio de o en posición intermedia’, ‘reciprocidad, relación mutua o ámbito común’): interdental, intercambiar, interconectar, interministerial, internacional, interclub(e)s.
intra- (‘dentro o en el interior de’): intramuscular, intravenoso, intramuros.
macro- (‘grande o muy grande’): macroeconomía, macroencuesta, macroconcierto.
maxi- (‘grande o muy grande’): maxifalda, maxipantalla, maxiproceso.
mega- (‘muy grande’): megaempresa, megaestrella, megatienda.
micro- (‘muy pequeño’): microbús, microchip, micropene.
mini- (‘pequeño’): minibar, minifalda, minigolf, miniserie.
neo- (‘nuevo o reciente’): neocatólico, neoclásico, neolector, neoliberalismo, neonazi.
para- (‘similar o paralelo, pero al margen’): paraestatal, paramilitar, paranormal.
pos(t)- (‘posterioridad en el tiempo o, menos frecuentemente, en el espacio’): posguerra, posmoderno, posoperatorio, posparto, posponer, postsoviético.
pre- (‘anterioridad en el espacio o en el tiempo’): premolar, prepalatal, prebélico, precampaña, precontrato, prejubilar(se), prematrimonial, premamá, Prepirineo.
pro- (‘por o en vez de’, ‘a o en favor de’, ‘hacia delante’): procónsul, proaborto, proamnistía, probiótico, progubernamental, pronuclear, prorruso, provida, proactivo.
(p)seudo- (‘falso’): (p)seudoproblema, (s)seudoprofeta, (p)seudocientífico.
re- (‘detrás de’, ‘hacia atrás’, ‘acción repetida’, ‘intensificación’): recámara, refluir, recolocar, rehaer, requemar, recalentamiento, relisto.
retro- (‘hacia atrás’): retropropulsión, retrovisor, retroactivo, retroalimentar(se).
semi- (‘medio’, ‘a medias o no del todo’): semicírculo, semitono, semidiós, semidesnudo, semirrígido, semisótano.
sobre- (‘encima de o por encima de’, ‘en grado sumo o en exceso’): sobrepuesto, sobrevolar, sobrecargar, sobrexcitar(se), sobrealimentado.
sub- (‘debajo de o por debajo de’, ‘insuficientemente’): subsistema, subsuelo, subbloque, subtropical, subarrendar, subdirector, subdesarrollo, subalimentado.
super- (‘encima de o por encima de’, ‘superioridad o excelencia’, ‘en grado sumo o en exceso’): superíndice, superponer, superintendente, superhombre, superordenador, superpotencia, superpoderes, superatractivo, superrápido, superbién, superfino, superdotado, superpoblación.
supra- (‘encima de o por encima de’): suprarrenal, supranacional.
tele- (‘a distancia’): telebanco, telecomunicación, teledirigir, telemando.
tra(n)s- (‘detrás de’, ‘al otro lado de’ o ‘a través de’): trastienda, tra(n)sandino, tra(n)siberiano, tran(s)nacional.
ultra- (‘más allá de’, ‘extremadamente’): ultratumba, ultramar, ultrasonido, ultracorrección, ultraconservador, ultraligero, ultrasensible, ultracongelar.
vice- (‘en vez de o que hace las veces de’): vicedirector, vicerrector, vicepresidente.

Alguien en su sano juicio no escribiría jamás una estupidez como *i-legal; ¿por qué, sin embargo, pueden verse demasiado frecuentemente aberraciones como *co-productor? Es que mira que son ganas de complicar las cosas y de no hacerlas bien... Y lo peor, si cabe, es que en demasiados casos estas aberraciones y abominaciones se cometen en textos que se publican y que leerán muchas personas; por ejemplo, en los anuncios y etiquetas de las cremas antiarrugas y de cosmética en general, en los enjuagues bucales (anticaries, antiplaca, etc.), desodorantes (antimanchas, antiolor, antisudoración, etc.); en los créditos de audiovisuales como películas y series españolas (codirector, coproductor, posproducción, etc.) e incluso en algunos libros. La desidia en su forma más primigenia, evidente y abominable...

Esta obsesión por el guion es muy probable que se vea influida —aparte de por la ignorancia más profunda y evidente— por haberlo visto junto a prefijos en numerosos casos en textos en inglés (y también en portugués, francés y otras lenguas, pero la inglesa, como todos sabemos, es la que predomina actualmente, podríamos decir); es vital recordar que el inglés y el español son dos idiomas distintos y diferentes (aunque su origen sea el mismo; el origen de todo es el mismo y a pesar de esa inexorable relación hay mucha variedad...). Han ido cambiando con el tiempo, y a cada uno se le otorga sus normas y sus características, y sus usuarios tienen su manera particular de comprender las cosas. De todas formas, incluso en el inglés, que por gran desgracia no hay una entidad reguladora absoluta —como la Real Academia Española para la lengua española—, sino que hay varios organismos dando sus más o menos estúpidas opiniones, suele preferirse, cada vez más, soldar los prefijos a las palabras, prescindir del guion, a no ser que se cumplan ciertos requisitos (como digo, ellos tienen sus propias «necesidades» o puntos de vista lingüísticos).

Es de puro sentido común; los prefijos por sí mismos no sirven de gran cosa; no son palabras ni tienen un significado completo: son, como su propio nombre indica, para colocar delante, ¡así que no tiene sentido escribirlos separados de las palabras o, en un intento estúpido, absurdo e incorrecto, juntarlos mediante guiones cuando no toca! Cometer tales errores es demostrar con toda evidencia que no se entiende ni se conoce suficientemente la lengua ni ninguno sus componentes, y que además no hay ni interés por conocerla, que es la raíz de todos los problemas lingüísticos. Hoy más que nunca es intolerable, prácticamente un crimen, no conocer —ni querer conocer— el código con el que más nos comunicamos, ya que disponemos de bastantes obras dedicadas a su estudio, algunas de ellas gratuitamente, como las que tiene la Real Academia Española en línea; por consiguiente, no hay excusa aceptable: es, simple y llanamente, pasión por la ignorancia, culto de la necedad, la desidia más enorme...

En definitiva: no es comprensible por qué tanta gente tiene esa manía visceral, con lo simple que es; más fácil y obvio, ¡imposible! No hay que estudiar una carrera para no errar de esta manera, ni es necesario saber mucho de lingüística; solamente es imprescindible saber que no hay que colocar guion ni ningún otro signo —incluido el espacio— entre el prefijo y la palabra, salvo en casos en los que se den estas excepciones que digo, que sabemos que son muy infrecuentes y que tampoco se va a morir nadie por saber cuáles son... En fin, debe de ser que les gusta colocar guiones en todas partes, o que se consideran personas muy rebeldes y libres (pobrecitos...); aunque la innegable verdad es que son unos completos necios (‘ignorantes y que no saben lo que podían o debían saber’)... ¿Tanto cuesta escribir bien? A mí no me cuesta nada en absoluto; es más, me da mucha satisfacción y felicidad. Hasta deberían recetar conocer muy bien la lingüística en todas las escuelas, institutos y hospitales como terapia básica y primera para curar muchos males, tanto personales como colectivos (entre ellos la abismal y pegajosa ignorancia que reina en la sociedad todavía hoy).

Véase también

Prefijos: normas y excepciones

26 de junio de 2009

Laísmo, loísmo y leísmo

Los laísmos, loísmos o leísmos son errores gramaticales flagrantes y extremadamente incoherentes, fruto de la ignorancia más profunda del código lingüístico español, que es a su vez producto de una desidia impropia de un ser humano en condiciones. No solamente obvian todas las normas, sino que ignoran cualquier rastro de razón, coherencia, sentido común o inteligencia, especialmente en algunos casos como el laísmo, típico de las regiones de Castilla, Madrid, etcétera. Lo curioso es que son fácilmente detectables y evitables, y aun así siguen cometiéndose; pero lo más curioso y lamentable de todo es que la mayoría de hablantes no le dan ninguna importancia, o al menos no tanta como es menester.

Como todos deberíamos saber, estos tres vicios se tratan del intercambio arbitrario de los pronombres la, lo y le. El laísmo es cuando se utiliza la incorrectamente; el loísmo cuando se usa lo indebidamente; y el leísmo cuando se emplea le inadecuadamente. Los tres vicios son muy graves, pues hieren de manera brutal la coherencia gramatical de las frases u oraciones; es decir que carecen de todo sentido. En origen se producen por la confusión entre complemento directo e indirecto, pero la mayoría de hablantes cometen estos lamentables errores simplemente por repetición o imitación de las expresiones erróneas que han memorizado (en negrita porque es lo único que hacen, en lugar de comprender; no suelo emplear las palabras en vano, sin motivo ni razón...) y que no se plantean que sean tales.

Sabiendo la gramática justa para poder construir oraciones comprensibles una persona puede, por intuición y costumbre, no cometer nunca un laísmo o un loísmo; pero el asunto se complica bastante si se ha recibido una educación básicamente laísta, loísta y leísta. Es en esos casos cuando se hace especialmente necesario e imprescindible el conocimiento y tener la voluntad auténtica de querer hacer las cosas bien. Para aprender a emplear correctamente los pronombres átonos de tercera persona de manera ha de saberse qué son los complementos directos e indirectos y cuáles son sus diferencias y qué aportan a las oraciones. Como hay muchos manuales que explican este tema desde un punto de vista técnico, voy a intentar explicarlo con ejemplos, para que pueda conseguirse de manera intuitiva y rápida, además de dar algunos «trucos» y datos que pueden ayudar:

Él la (correcto: le) dijo que no la amaba.
Lo (correcto: le) he dado una carta a él.
A ustedes les (correcto: los) vi ayer.


Cuando alguien dice oraciones con errores de tan enorme calibre, cualquiera puede entender otras cosas diferentes a lo que el emisor quería expresar realmente. Sin embargo, normalmente podemos intuir el significado auténtico por el contexto —si, como en muchos casos, hay referencias suficientes—, pero no es, en absoluto, una manera eficaz, adecuada, coherente, inteligente ni recomendable de comunicarse. Los laísmos, loísmos y leísmos deben evitarse a toda costa; ser de regiones laístas, loístas y leístas no es excusa. Una cosa son los regionalismos, y otra muy diferente la negligencia gratuita e impune.

Si alguien dice, por ejemplo, *Él la pegó, podemos preguntarnos fácilmente: «¿Dónde y cómo la pegó? ¿En la silla y con pegamento?». Si dice *La pegó en la cara, podríamos pensar: «¿En qué cara la adhirió?». Todo es confusión, incoherencia y sinsentido. En cambio, si alguien dice: Él le pegó, todo se entiende perfectamente. No es obligatorio especificar a quién pegó, o si pegó a un hombre o a una mujer, sobre todo si en alguna parte del contexto ya se explica; pero si se concreta en la misma oración, puede decirse, por ejemplo, Él (le) pegó a Carmen.

También hay que considerar que muchas veces el pronombre no es necesario, y ni siquiera adecuado; por ejemplo, es mejor decir Él pegó a Pepe en lugar de la recargada y vulgar frase Él le pegó a Pepe, ya que el le significa ‘a Pepe’, por lo que sería algo como *Él a Pepe pegó a Pepe; mejor decimos Él le pegó o Él pegó a Pepe.

Una manera sencilla de comprobar intuitivamente qué pronombre es el adecuado en cada caso —y evitar, así, indeseables errores— es cambiar fragmentos de la oración dudosa:

Como la oración
*No debes decirlo (a José) esas cosas
no es correcta, entonces la oración
*No debes decirla (a María) esas cosas
tampoco es correcta
; debería ser
No debes decirle (a José) esas cosas
y
No debes decirle (a María) esas cosas.

El problema de este método es que si una persona es laísta y loísta a la vez, no le sirve de mucho, sobre todo si tiene una intuición lingüística mala. En esos casos no hay más opción que conseguir un conocimiento lingüístico mínimo, preferiblemente complementado con abundantes lectura buena y escritura esmerada, especialmente en lo que a gramática se refiere para conocer todos los elementos que constituyen las oraciones, qué funciones tiene cada uno y cómo se emplean correctamente.

Excepción leísta

Actualmente se admite, por su uso incluso entre personas de ciertas regiones consideradas cultas, el leísmo para el masculino singular; pero, evidentemente, siempre es preferible emplear la forma adecuada en cada caso:

No le (mejor: lo) mates (a él).

*No le (correcto: la) mates (a ella).

No le mates la mascota (a él o a ella).

Como puede observarse bien en el último ejemplo, el uso de uno u otro pronombre depende en muchos casos del carácter transitivo o intransitivo de la frase. Pero eso es ya un poco más técnico y no quiero complicar siquiera un poco mis explicaciones para que cualquiera con algo de voluntad para ello pueda entenderlas independientemente de su nivel lingüístico.

Para más información, consulta, por ejemplo, la página electrónica de la Real Academia Española, donde pueden consultarse gratuitamente versiones en línea del Diccionario de la lengua española y el Diccionario panhispánico de dudas y una sección de respuestas a las preguntas más frecuentes, en la que se encuentra una amena y útil explicación sobre muchos temas lingüísticos, este del laísmo, loísmo y leísmo incluido. Además, hay casos excepcionales —o que aparentan serlo— dentro de la norma que, en caso de duda al emplear los pronombres, deben consultarse en alguna fuente fiable para asegurar su empleo correcto.

Aparentemente es lógico pensar que ha mejorado mucho el nivel de conocimiento lingüístico en la sociedad estas últimas décadas. Espero que sea cierto y que mejore mucho más; aunque, visto lo visto, lo dudo seriamente... Siempre habrá una mayoría extremadamente ignorante y sin interés por aprender al menos lo más útil, lo vital. Lo peor que puede hacer un laísta, loísta o leísta es, evidentemente, no querer enmendar esas graves incoherencias gramaticales; eso es incluso peor y más intolerable todavía que esos mismos errores. Rectificar es de sabios.

Última edición: 25 de mayo de 2014.

22 de junio de 2009

Queísmo y dequeísmo

Bueno, creo que ya va siendo hora de volver a hablar sobre temas lingüísticos. En realidad siempre es muy necesario y recomendable, pero no conviene agobiar demasiado (pero demasiado es un término muy relativo, como todo en esta vida...). Aunque únicamente aprende el que realmente quiere aprender, y solo escribe y habla mejor el que realmente quiere...

Hoy me centraré en explicar un tipo de error que se encuentra entre los más frecuentes en ámbitos no demasiado cultos: la adición o supresión arbitraria de la preposición de cuando confluye con que.

Para utilizar adecuadamente las preposiciones de manera intuitiva es necesario comprender de verdad cada palabra y oración. La que más confusión crea es, aparentemente, la preposición de, que se añade y se elimina a diestro y siniestro, sin criterio. A la mayoría de estos errores se los llama dequeísmos (preposiciones de indebidamente agregadas) y queísmos (preposiciones de indebidamente suprimidas), aunque este tipo de error también se produce a veces en otros casos en los que que no está presente.

Veamos: si se habla imitando, es decir, repitiendo lo que se oye durante toda la vida, sin entender realmente ni pensar en lo que se dice, es muy fácil equivocarse. Y es lo que hace casi todo el mundo. Es fundamental saber suficientemente lo que se dice y se escribe, entender las palabras, frases y oraciones. Así que el primer paso va a ser analizar mejor el código, la lengua, en este caso el español o castellano. Si no se tiene facilidad natural, puede ayudar mucho leer textos buenos y utilizar el diccionario muy a menudo, con cualquier duda, además de aprender otras lenguas —con suficiente control normativo...— y, sobre todo, escribir mucho; escribir intentando seriamente hacerlo lo mejor posible es lo que más ayuda a aprender, ya que la duda es el amanecer del aprendizaje, la búsqueda es el mediodía y la comprensión es la noche. Los ejemplos también ayudan mucho a entender conceptos rápidamente.

Ejemplos de queísmo (falta de ante que):

*Me alegro que hayáis venido.
*Me olvidé que tenía que llamarte.
*No cabe duda que es un gran escritor.
*Pronto cayó en la cuenta que estaba solo.
*Nos dimos cuenta que era tarde.

Ejemplos de dequeísmo (sobra de ante que):

*Me alegra de que seáis felices.
*Es seguro de que nos quiere.
*Le preocupa de que aún no hayas llegado.
*Es posible de que nieve mañana.

Hay un «truco» que puede ayudar mucho a evitar queísmos y dequeísmos, y es hacerse una pregunta con un fragmento de la oración donde se encuentra la duda, tal que así:

La oración *He soñado de que comíamos mantecados en Navidad es incorrecta. Deberíamos preguntarnos y autorrespondernos: «Qué he soñado? Que comíamos mantecados en Navidad». La oración correcta es, pues, He soñado que comíamos mantecados en Navidad.

La oración *No se da cuenta que esa no es manera de comportarse es incorrecta. ¿De qué no se da cuenta? De que esa no es manera de comportarse. No se da cuenta de que esa no es manera de comportarse.

Hay más maneras de comprobar si la preposición de es necesaria:

No se da cuenta de que esa no es manera de comportarse.
No se da cuenta de eso.


En ninguna de las dos formas podría suprimirse la preposición de, pues la oración carecería de un fragmento importante de significado, estaría mal construida o sin acabar, el mensaje sería incoherente o incompleto. En lingüística suele ayudar mucho, en caso de duda, cambiar las cosas de sitio o de forma para comprobar si las expresiones u oraciones tienen sentido y evitar, así, indeseables errores.

Sea cual sea la preposición dudosa, siempre es cuestión de prestar un poco más de atención al código con el que nos comunicamos. En estos casos concretos, el propio verbo siempre requiere o rechaza preposiciones: es muy fácil detectarlo intuitivamente. Si se dan casos en los que aun probando estos «trucos» se duda sobre la preposición adecuada, es recomendable consultar alguna fuente fiable, como la página electrónica de la Real Academia Española.

En fin, me despido una vez más y te deseo mucha felicidad. ¡Hasta la próxima!

21 de febrero de 2009

deber/deber de; a ver/haber

Te invito a leer este breve artículo con el fin de ampliar o asegurar tus conocimientos lingüísticos, que se utilizan constantemente y conviene mucho que sean adecuados y correctos. No es difícil en absoluto; únicamente es necesario un poco de interés por la mejora personal e incluso la social.

Ya que al fin me he decidido a dedicar el primer artículo en mi bitácora al conocimiento lingüístico, empezaré con uno de los errores más frecuentes y que más nos duele oír o leer a las personas que sabemos que lo es. Se trata de las ignoradas diferencias y las confundidas similitudes entre deber y deber de. El intercambio arbitrario de estas dos expresiones es un vulgarismo relativa y lamentablemente frecuente, y, sin duda alguna, de los peores, ya que cambia el significado de las oraciones y las hace, en muchos casos, incoherentes. Para evitarlo, voy a explicar las diferencias y similitudes entre deber y deber de, empezando con algunos ejemplos:

Este debe de ser el error del que me habló Juan; no encuentro otro.
Deberías tener más cuidado con tu salud; cualquier día nos darás un susto.
El libro debe de estar en la estantería; si no está, significa que lo hemos perdido.
El libro debe estar siempre en la estantería; si no, acabaremos perdiéndolo.


• El verbo deber denota obligación.

• La secuencia o expresión deber de denota probabilidad, suposición, etc.

Así pues, la preposición de tiene mucha importancia una vez más, ya que cambia totalmente el significado del mensaje. Hay un sencillo «truco» que puede ayudar si no se sabe discernir todavía entre deber y deber de en todos los casos: la norma culta considera que es aceptable emplear la forma sin preposición para ambos significados. Es decir, si en todos los casos se omite la preposición de, pueden evitarse muchos errores. Claro que teniendo dos expresiones con dos significados distintos y diferentes es absolutamente preferible emplear la forma correcta y adecuada en cada caso; así pues, esta pequeña ayuda debe ser considerada como recurso en casos de duda y urgencia, nunca como la norma.

Para más datos, existen casos —que tienen poco que ver con lo explicado anterioremente y no deben confundirse— en los que la preposición de va después del sustantivo deber. Por ejemplo: Tenemos el deber de proteger a nuestros seres queridos.

Bueno, pasemos ya al siguiente tema de hoy. El error del que voy a hablar a continuación es uno de los más graves, pero, como casi siempre, tiene una increíblemente fácil solución; únicamente hace falta lo de siempre, un poco de interés, voluntad de aprender y comprender y respeto hacia la lingüística, los demás y uno mismo. Se trata de la diferencia entre haber y a ver. Por un momento creí que ya nadie cometía este error, pero navegando por Internet lo pude contemplar, con gran horror, repetidas veces... Supongo que se ve clarísimo que a ver es una secuencia formada por dos componentes: una preposición y un verbo, y haber es, simplemente, un verbo. La confusión entre ambas expresiones puede ser consecuencia de no disponer de comprensión ni muchos conocimientos lingüísticos. Pero todo tiene solución.

Sin más preámbulos, copio directamente de la página de la Real Academia Española, ya que lo explican muy bien:

Aunque a ver y haber se pronuncian de la misma forma, deben distinguirse adecuadamente en la escritura.

a) a ver

Se trata de la secuencia constituida por la preposición a y el infinitivo verbal ver:

Vete a ver qué nota te han puesto.
Los llevaron a ver los monumentos de la ciudad.


Como expresión fija, presenta distintos valores y usos:

• En tono interrogativo, se emplea para solicitar al interlocutor que nos deje ver o comprobar algo:

—Mira lo que he comprado. —¿A ver?

• Expresa, en general, expectación o interés por saber algo, y va normalmente seguida de una interrogativa indirecta:

A ver cuándo nos dan los resultados.

• Se utiliza para llamar la atención del interlocutor antes de preguntarle, pedirle u ordenarle algo:

A ver, ¿has hecho lo que te dije?
A ver, trae el cuaderno.


• Equivale a claro o naturalmente, como aceptación de algo que se considera inevitable:

—Pero ¿al final os vais? —¡A ver! Si no lo hacemos, perdemos el dinero de la reserva.

• Delante de una oración introducida por la conjunción si, expresa, bien expectación, curiosidad o interés, a veces en forma de reto; bien temor o sospecha; bien deseo o mandato:

¡A ver si adivinas lo que estoy pensando!
A ver si te caes.
A ver si eres más organizado de ahora en adelante.


• En muchos de estos casos la secuencia a ver puede reemplazarse por veamos, lo que pone de manifiesto su relación con el verbo ver y no con el verbo haber:

A ver con quién aparece mañana en la fiesta [= Veamos con quién aparece mañana en la fiesta].
A ver si te atreves a decírselo a la cara [= Veamos si te atreves a decírselo a la cara].

b) haber

Puede ser un verbo o un sustantivo:

• Como verbo, haber se usa como auxiliar, seguido de un participio, para formar los infinitivos compuestos de la conjugación:

Haber venido antes.
Tiene que haber sucedido algo.
Sigo sin haber entendido lo que ha pasado.


También se emplea como infinitivo del verbo impersonal que denota la presencia o existencia de lo designado por el sustantivo que lo acompaña:

Parece haber un chico esperándote en la puerta.
Tiene que haber muchas cosas en el frigorífico.


Creo que por hoy ya es suficiente...

Posiblemente ya sabías todo esto, pero nunca está de más reafirmar conocimientos y refrescar la memoria. Si no lo sabías, te animo a que mejores tu forma de escribir y, por ende, de hablar. ¡Recuerda que una persona con un buen conocimiento escrito siempre hablará bien! Además, ¡no hay nada como disponer, disfrutar, gozar y hasta presumir de un conocimiento sólido y extenso! Es una verdadera alegría.

Estoy convencido de que para lo que cuesta aprender estas cosillas —nada—, merece mucho la pena. No se trata de saberse absolutamente todas las reglas, sino de ser una persona suficientemente culta y con sentido común. No se trata de estar vigilando lo que dices en todo momento, sino de saber cómo hablar perfectamente cuando lo necesites o lo desees, y saber escribir bien siempre, de usar el sentido común.

Hay que hablar con conocimiento y propiedad para asegurar una buena comunicación y evolución de las lenguas. Hay que mantener el significado y el sentido. ¡No permitamos que nuestras queridas y útiles lenguas dejen de tener algo razonable y congruente que decir! También te invito a animar a los demás a hablar y escribir mejor.

Si tienes alguna pregunta, no dudes en consultarme o visitar la página de la Real Academia Española, en la cual se explica todo lo necesario acerca del uso de la lengua española.

¡Hasta la próxima!


Última actualización: 29 de marzo de 2013.