22 de enero de 2010

¿Oír o escuchar?

Es realmente impresionante —y demasiado lamentable— el número de veces que se confunden estos dos términos. Duele de verdad oír pronunciar según qué frases con el verbo escuchar (‘poner atención o aplicar el oído para oír algo o a alguien’) en lugar del verbo oír (‘percibir con el oído los sonidos’). Son dos vocablos completamente diferentes, con significados y, por consiguiente, usos completamente distintos; entonces, ¿por qué hemos de intercambiarlos arbitrariamente? Es empobrecer y estropear la lengua absurda, ridícula y gratuitamente; no es en absoluto necesario, acertado ni recomendable emplear siempre el verbo escuchar cuando nos referimos a la acción de percibir con el sentido del oído, ya sea voluntaria o involuntariamente, prestando atención o sin prestarla. Lo más curioso, si cabe, es que esta confusión, imprecisión, intercambio o fusión de significados no suele ocurrir —al menos no tan frecuentemente— con los verbos ver y mirar, por ejemplo... Por algo será. Opino que hay demasiada discriminación lingüística al respecto, aparte de la sempiterna e infinita ignorancia del ser humano...

La Real Academia Española (RAE) y toda la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), en su Diccionario panhispánico de dudas, explican:

La acción de escuchar es voluntaria e implica intencionalidad por parte del sujeto, a diferencia de oír, que significa, sin más, ‘percibir por el oído [un sonido] o lo que [alguien] dice’. Puesto que oír tiene un significado más general que escuchar, casi siempre puede usarse en lugar de este, algo que ocurría ya en el español clásico y sigue ocurriendo hoy. Menos justificable es el empleo de escuchar en lugar de oír, para referirse simplemente a la acción de percibir un sonido a través del oído, sin que exista intencionalidad previa por parte del sujeto.

Hasta ahí todo muy bien. La incongruencia, la afirmación inadecuada que se hace en el DPD al respecto y que probablemente esté causando mucho perjuicio viene a continuación:

Pero es uso que también existe desde época clásica y sigue vigente hoy, en autores de prestigio, especialmente americanos, por lo que no cabe su censura.

Opino fervientemente que sí cabe su censura; desde luego que sí, faltaría más. Pueden ser autores de supuesto prestigio, pero eso no significa que sean necesariamente buenos lingüistas, que lo sepan todo ni que sean perfectos y no cometan errores. Como todos sospechamos, nada es perfecto, ni siquiera la Asociación de Academias de la Lengua Española (ya hablé en uno de mis artículos sobre la Real Academia Española); siempre defiendo a las Academias, pero cuando a veces erran de manera flagrante es justo y aconsejable reconocerlo y tratar el asunto como es debido. Personalmente, encuentro realmente absurdo e innecesario usar siempre el mismo verbo para expresar dos cosas diferentes teniendo dos perfecta y absolutamente válidos, cada uno idóneo, ideal y especial para un significado... ¡Y con más razón todavía siendo más corto y, por consiguiente, más rápido de pronunciar y escribir! De eso se trata, ¿no? De decir lo máximo con lo mínimo... De hecho, ¡se cometen muchos errores por intentos inadecuados de cumplir ese deseo lógico, racional e inteligente! Entonces, ¿a qué viene esa inexorable e irreprimible necesidad de marginar e ignorar un verbo más preciso, correcto y práctico? Es que hacemos lo que nos viene en gana, cuando nos viene en gana... Eso no es ser libre, sino necio y estúpido. Hay muchos comportamientos y actitudes de la gente que no entiendo... ¿Es simplemente ignorancia y necedad, al no saber, y menos todavía pensar, o es como un virus, que uno dice algo una vez, ya sea correcta o incorrectamente, y todos, a partir de ahí, lo malinterpretan —o no se plantean nada, directamente— y lo repiten como loros porque sí?

Veamos, podemos oír hablar a una persona sin escucharla, y seguramente no nos enteraríamos de nada porque no estaríamos prestando atención, y nuestros cerebros no procesarían ni entenderían el mensaje. Escuchar ya implica oír, excepto en los casos en que se tengan dificultades de audición por varias razones o en los que no se puede atención porque, simplemente, se trata de un sonido inesperado y, por consiguiente, no puede prestársele atención (escucharlo) sencillamente porque es imposible. Oír es una acción pasiva, mientras que la de escuchar es activa.

En muchos casos, ambos verbos son más o menos acertadamente intercambiables (aunque si se desea ser preciso, solo una será la adecuada para el contexto, o para dar el significado que se quiere expresar), pero hay otros tantos en los que es totalmente incorrecto e inaceptable. Por ejemplo, es abominable decir: *«Con la música tan alta no te escucho», *«Con tanto ruido no te escucho». O sea que además de no prestar atención a esa persona ¿tienes la poca vergüenza de decírselo? ¡No tiene nada que ver la contaminación acústica con escuchar o no a alguien! En todo caso, ¡prestarías más atención para oír mejor, así que estarías diciendo justo lo contrario! Así pues, esas dos oraciones podrían y deberían cambiarse por: «Con la música tan alta no te oigo», «Con tanto ruido no te oigo».

La elección de los verbos y demás componentes de la lengua depende, naturalmente, del emisor y del contexto en donde se encuentre, pero siempre hay que evitar —o al menos intentarlo— ser anodino y repetir como un loro lo que suelen decir los demás, que frecuentemente es incorrecto o impreciso por falta de atención a lo que dicen, además de una enorme y sempiterna carencia de conocimientos. Como suelo decir, para emplear un código correctamente, se necesitan dos cosas: conocerlo lo suficientemente bien y tener la voluntad suficiente para ello. Hay una cantidad limitada de maneras de emplear la lengua correcta y adecuadamente en cada caso concreto. Conociendo bien el código, conocemos las maneras correctas e incorrectas de expresarnos; por lo que si alguien no se expresa correctamente, podemos deducir que, con toda seguridad, el emisor es un ignorante, pues nadie en su sano juicio escogería el mal camino sabiendo cuál es el bueno y pudiendo hacer perfecto uso de él.

Otro ejemplo podría ser que yo no escucho el despertador porque, aparte de que empieza a sonar imprevisiblemente, cuando ya soy consciente de que está dándome una mala y dolorosa noticia no encuentro que sea digno de prestarle atención, no me interesa, no quiero hacerle caso, ni siquiera oírlo; simplemente lo oigo, pero no me concentro únicamente en su sonido y percibo cada matiz, ni lo visualizo en mi mente, sino que lo percibo pasivamente por el sentido del oído: lo oigo, en ningún caso lo escucho. Debemos expresarnos con propiedad y precisión. Las palabras siempre tienen significados etimológicos, que son los más puros y jamás deben ser obviados ni negados. Nosotros inventamos nuestros propios códigos, pero hasta cierto punto; esa tendencia que tenemos a querer demostrar algo que no tenemos o aparentar algo que no somos mediante actos estúpidos no hace ningún bien a nadie. Cada palabra, vocablo, término o expresión tiene su significado original, y solo puede y debe ser cambiado, o añadírsele otro, mediante los procesos adecuados.

Lo más triste de todo —y eso ya es demasiado...— es que hay muchos individuos que cuando se les explica algo dándole lógicas, válidas y comprobables razones, siguen en su infinita necedad —porque no comprenden y ni siquiera quieren comprender nada— y mantienen su ridícula petulancia y dicen cosas como «las dos significan lo mismo» o «da igual» o incluso «yo me expreso como me da la gana». No se es más libre por ser más ignorante, sino todo lo contrario. En el DPD se dice que se puede usar escuchar en lugar de oír, pero antes se deja claro que es menos justificable que lo contrario. ¿Qué incoherencia es esa? Como he dicho anteriormente, nada es perfecto, ni siquiera el DPD, así que en los no muchos casos en los que falla, debemos hacer uso más que nunca —porque siempre ha de emplearse— de nuestra inteligencia, capacidades e información de la que disponemos para llegar a una conclusión más acertada. De todas formas, digas lo que digas, expliques lo que expliques, pase lo que pase, ellos siguen a lo suyo, sin atender a razones ni ver la realidad. Es que no hay peor ignorante que el que no quiere aprender, que es el necio. Es que son ganas de complicar las cosas, y sobre todo de no hacerlas bien incluso cuando no es difícil hacerlo... Como tengo dicho, incluso cada detalle de la manera de escribir y de hablar de una persona dice muchísimo sobre ella: su cultura, nacionalidad, personalidad, conocimientos, inteligencia, capacidades, actitud, voluntad, visión del mundo... y lo digna que es de emplear el código.

En el Centro Virtual Cervantes, en su Museo de los Horrores —de obligada lectura y consideración—, también se habla sobre el tema, y en Minucias del lenguaje de José G. Moreno de Alba.

En fin, creo que no merece la pena darle más vueltas al asunto; ya he expresado todo lo que quería. Que cada uno piense y haga lo que crea mejor, pero siempre habiéndose informado adecuadamente antes, que es la única manera de pensar y actuar mínimamente bien.

Espero tener pronto algo más de tiempo libre para proseguir con los signos de puntuación, y quizá escriba algunos artículos sobre ética social, que últimamente está degenerando mucho... Cuidaos, pero cuidad todavía más cómo y qué pensáis, y más todavía lo que hacéis y dejáis de hacer, porque todo es decisivo para determinar el futuro de nuestro mundo: nuestro futuro.


Última edición: 22 de agosto de 2013.