Los laísmos, loísmos o leísmos son errores gramaticales flagrantes y extremadamente incoherentes, fruto de la ignorancia más profunda del código lingüístico español, que es a su vez producto de una desidia impropia de un ser humano en condiciones. No solamente obvian todas las normas, sino que ignoran cualquier rastro de razón, coherencia, sentido común o inteligencia, especialmente en algunos casos como el laísmo, típico de las regiones de Castilla, Madrid, etcétera. Lo curioso es que son fácilmente detectables y evitables, y aun así siguen cometiéndose; pero lo más curioso y lamentable de todo es que la mayoría de hablantes no le dan ninguna importancia, o al menos no tanta como es menester.
Como todos deberíamos saber, estos tres vicios se tratan del intercambio arbitrario de los pronombres la, lo y le. El laísmo es cuando se utiliza la incorrectamente; el loísmo cuando se usa lo indebidamente; y el leísmo cuando se emplea le inadecuadamente. Los tres vicios son muy graves, pues hieren de manera brutal la coherencia gramatical de las frases u oraciones; es decir que carecen de todo sentido. En origen se producen por la confusión entre complemento directo e indirecto, pero la mayoría de hablantes cometen estos lamentables errores simplemente por repetición o imitación de las expresiones erróneas que han memorizado (en negrita porque es lo único que hacen, en lugar de comprender; no suelo emplear las palabras en vano, sin motivo ni razón...) y que no se plantean que sean tales.
Sabiendo la gramática justa para poder construir oraciones comprensibles una persona puede, por intuición y costumbre, no cometer nunca un laísmo o un loísmo; pero el asunto se complica bastante si se ha recibido una educación básicamente laísta, loísta y leísta. Es en esos casos cuando se hace especialmente necesario e imprescindible el conocimiento y tener la voluntad auténtica de querer hacer las cosas bien. Para aprender a emplear correctamente los pronombres átonos de tercera persona de manera ha de saberse qué son los complementos directos e indirectos y cuáles son sus diferencias y qué aportan a las oraciones. Como hay muchos manuales que explican este tema desde un punto de vista técnico, voy a intentar explicarlo con ejemplos, para que pueda conseguirse de manera intuitiva y rápida, además de dar algunos «trucos» y datos que pueden ayudar:
Élla (correcto: le) dijo que no la amaba.
Lo (correcto: le) he dado una carta a él.
A ustedesles (correcto: los) vi ayer.
Cuando alguien dice oraciones con errores de tan enorme calibre, cualquiera puede entender otras cosas diferentes a lo que el emisor quería expresar realmente. Sin embargo, normalmente podemos intuir el significado auténtico por el contexto —si, como en muchos casos, hay referencias suficientes—, pero no es, en absoluto, una manera eficaz, adecuada, coherente, inteligente ni recomendable de comunicarse. Los laísmos, loísmos y leísmos deben evitarse a toda costa; ser de regiones laístas, loístas y leístas no es excusa. Una cosa son los regionalismos, y otra muy diferente la negligencia gratuita e impune.
Si alguien dice, por ejemplo, *Él la pegó, podemos preguntarnos fácilmente: «¿Dónde y cómo la pegó? ¿En la silla y con pegamento?». Si dice *La pegó en la cara, podríamos pensar: «¿En qué cara la adhirió?». Todo es confusión, incoherencia y sinsentido. En cambio, si alguien dice: Él le pegó, todo se entiende perfectamente. No es obligatorio especificar a quién pegó, o si pegó a un hombre o a una mujer, sobre todo si en alguna parte del contexto ya se explica; pero si se concreta en la misma oración, puede decirse, por ejemplo, Él (le) pegó a Carmen.
También hay que considerar que muchas veces el pronombre no es necesario, y ni siquiera adecuado; por ejemplo, es mejor decir Él pegó a Pepe en lugar de la recargada y vulgar frase Él le pegó a Pepe, ya que el le significa ‘a Pepe’, por lo que sería algo como *Él a Pepe pegó a Pepe; mejor decimos Él le pegó o Él pegó a Pepe.
Una manera sencilla de comprobar intuitivamente qué pronombre es el adecuado en cada caso —y evitar, así, indeseables errores— es cambiar fragmentos de la oración dudosa:
Como la oración
*No debes decirlo (a José) esas cosas
no es correcta, entonces la oración
*No debes decirla (a María) esas cosas
tampoco es correcta; debería ser
No debes decirle (a José) esas cosas
y
No debes decirle (a María) esas cosas.
El problema de este método es que si una persona es laísta y loísta a la vez, no le sirve de mucho, sobre todo si tiene una intuición lingüística mala. En esos casos no hay más opción que conseguir un conocimiento lingüístico mínimo, preferiblemente complementado con abundantes lectura buena y escritura esmerada, especialmente en lo que a gramática se refiere para conocer todos los elementos que constituyen las oraciones, qué funciones tiene cada uno y cómo se emplean correctamente.
Excepción leísta
Actualmente se admite, por su uso incluso entre personas de ciertas regiones consideradas cultas, el leísmo para el masculino singular; pero, evidentemente, siempre es preferible emplear la forma adecuada en cada caso:
No le (mejor: lo) mates (a él).
*No le (correcto: la) mates (a ella).
No le mates la mascota (a él o a ella).
Como puede observarse bien en el último ejemplo, el uso de uno u otro pronombre depende en muchos casos del carácter transitivo o intransitivo de la frase. Pero eso es ya un poco más técnico y no quiero complicar siquiera un poco mis explicaciones para que cualquiera con algo de voluntad para ello pueda entenderlas independientemente de su nivel lingüístico.
Para más información, consulta, por ejemplo, la página electrónica de la Real Academia Española, donde pueden consultarse gratuitamente versiones en línea del Diccionario de la lengua española y el Diccionario panhispánico de dudas y una sección de respuestas a las preguntas más frecuentes, en la que se encuentra una amena y útil explicación sobre muchos temas lingüísticos, este del laísmo, loísmo y leísmo incluido. Además, hay casos excepcionales —o que aparentan serlo— dentro de la norma que, en caso de duda al emplear los pronombres, deben consultarse en alguna fuente fiable para asegurar su empleo correcto.
Aparentemente es lógico pensar que ha mejorado mucho el nivel de conocimiento lingüístico en la sociedad estas últimas décadas. Espero que sea cierto y que mejore mucho más; aunque, visto lo visto, lo dudo seriamente... Siempre habrá una mayoría extremadamente ignorante y sin interés por aprender al menos lo más útil, lo vital. Lo peor que puede hacer un laísta, loísta o leísta es, evidentemente, no querer enmendar esas graves incoherencias gramaticales; eso es incluso peor y más intolerable todavía que esos mismos errores. Rectificar es de sabios.
Como todos deberíamos saber, estos tres vicios se tratan del intercambio arbitrario de los pronombres la, lo y le. El laísmo es cuando se utiliza la incorrectamente; el loísmo cuando se usa lo indebidamente; y el leísmo cuando se emplea le inadecuadamente. Los tres vicios son muy graves, pues hieren de manera brutal la coherencia gramatical de las frases u oraciones; es decir que carecen de todo sentido. En origen se producen por la confusión entre complemento directo e indirecto, pero la mayoría de hablantes cometen estos lamentables errores simplemente por repetición o imitación de las expresiones erróneas que han memorizado (en negrita porque es lo único que hacen, en lugar de comprender; no suelo emplear las palabras en vano, sin motivo ni razón...) y que no se plantean que sean tales.
Sabiendo la gramática justa para poder construir oraciones comprensibles una persona puede, por intuición y costumbre, no cometer nunca un laísmo o un loísmo; pero el asunto se complica bastante si se ha recibido una educación básicamente laísta, loísta y leísta. Es en esos casos cuando se hace especialmente necesario e imprescindible el conocimiento y tener la voluntad auténtica de querer hacer las cosas bien. Para aprender a emplear correctamente los pronombres átonos de tercera persona de manera ha de saberse qué son los complementos directos e indirectos y cuáles son sus diferencias y qué aportan a las oraciones. Como hay muchos manuales que explican este tema desde un punto de vista técnico, voy a intentar explicarlo con ejemplos, para que pueda conseguirse de manera intuitiva y rápida, además de dar algunos «trucos» y datos que pueden ayudar:
Él
A ustedes
Cuando alguien dice oraciones con errores de tan enorme calibre, cualquiera puede entender otras cosas diferentes a lo que el emisor quería expresar realmente. Sin embargo, normalmente podemos intuir el significado auténtico por el contexto —si, como en muchos casos, hay referencias suficientes—, pero no es, en absoluto, una manera eficaz, adecuada, coherente, inteligente ni recomendable de comunicarse. Los laísmos, loísmos y leísmos deben evitarse a toda costa; ser de regiones laístas, loístas y leístas no es excusa. Una cosa son los regionalismos, y otra muy diferente la negligencia gratuita e impune.
Si alguien dice, por ejemplo, *Él la pegó, podemos preguntarnos fácilmente: «¿Dónde y cómo la pegó? ¿En la silla y con pegamento?». Si dice *La pegó en la cara, podríamos pensar: «¿En qué cara la adhirió?». Todo es confusión, incoherencia y sinsentido. En cambio, si alguien dice: Él le pegó, todo se entiende perfectamente. No es obligatorio especificar a quién pegó, o si pegó a un hombre o a una mujer, sobre todo si en alguna parte del contexto ya se explica; pero si se concreta en la misma oración, puede decirse, por ejemplo, Él (le) pegó a Carmen.
También hay que considerar que muchas veces el pronombre no es necesario, y ni siquiera adecuado; por ejemplo, es mejor decir Él pegó a Pepe en lugar de la recargada y vulgar frase Él le pegó a Pepe, ya que el le significa ‘a Pepe’, por lo que sería algo como *Él a Pepe pegó a Pepe; mejor decimos Él le pegó o Él pegó a Pepe.
Una manera sencilla de comprobar intuitivamente qué pronombre es el adecuado en cada caso —y evitar, así, indeseables errores— es cambiar fragmentos de la oración dudosa:
Como la oración
*No debes decir
no es correcta, entonces la oración
*No debes decir
tampoco es correcta; debería ser
No debes decirle (a José) esas cosas
y
No debes decirle (a María) esas cosas.
El problema de este método es que si una persona es laísta y loísta a la vez, no le sirve de mucho, sobre todo si tiene una intuición lingüística mala. En esos casos no hay más opción que conseguir un conocimiento lingüístico mínimo, preferiblemente complementado con abundantes lectura buena y escritura esmerada, especialmente en lo que a gramática se refiere para conocer todos los elementos que constituyen las oraciones, qué funciones tiene cada uno y cómo se emplean correctamente.
Excepción leísta
Actualmente se admite, por su uso incluso entre personas de ciertas regiones consideradas cultas, el leísmo para el masculino singular; pero, evidentemente, siempre es preferible emplear la forma adecuada en cada caso:
No le (mejor: lo) mates (a él).
*No le (correcto: la) mates (a ella).
No le mates la mascota (a él o a ella).
Como puede observarse bien en el último ejemplo, el uso de uno u otro pronombre depende en muchos casos del carácter transitivo o intransitivo de la frase. Pero eso es ya un poco más técnico y no quiero complicar siquiera un poco mis explicaciones para que cualquiera con algo de voluntad para ello pueda entenderlas independientemente de su nivel lingüístico.
Para más información, consulta, por ejemplo, la página electrónica de la Real Academia Española, donde pueden consultarse gratuitamente versiones en línea del Diccionario de la lengua española y el Diccionario panhispánico de dudas y una sección de respuestas a las preguntas más frecuentes, en la que se encuentra una amena y útil explicación sobre muchos temas lingüísticos, este del laísmo, loísmo y leísmo incluido. Además, hay casos excepcionales —o que aparentan serlo— dentro de la norma que, en caso de duda al emplear los pronombres, deben consultarse en alguna fuente fiable para asegurar su empleo correcto.
Aparentemente es lógico pensar que ha mejorado mucho el nivel de conocimiento lingüístico en la sociedad estas últimas décadas. Espero que sea cierto y que mejore mucho más; aunque, visto lo visto, lo dudo seriamente... Siempre habrá una mayoría extremadamente ignorante y sin interés por aprender al menos lo más útil, lo vital. Lo peor que puede hacer un laísta, loísta o leísta es, evidentemente, no querer enmendar esas graves incoherencias gramaticales; eso es incluso peor y más intolerable todavía que esos mismos errores. Rectificar es de sabios.
Última edición: 25 de mayo de 2014.
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