19 de enero de 2011

Mayúsculas

Hacía ya mucho tiempo que quería hablar de las mayúsculas, ya que cierta cantidad de individuos hace un uso totalmente arbitrario e innecesario de ellas en muchos casos. Como no podía ser de otra manera, la culpa es, una vez más, de la ignorancia, aunque más precisamente de la persona necia, por permitir y consentir serlo —y, en los peores casos, incluso regocijarse de ello—.

Como este tema tiene muchos casos (que están explicados, como siempre, en el Diccionario panhispánico de dudas y en la Ortografía de la lengua española de 2010), voy a limitarme a exponer los más básicos y los que suelen presentan conflictos y pueden crear errores frecuentes.

El secreto para hacer un adecuado uso de las mayúsculas puede resumirse en una sola frase: si no tienen utilidad, no deben usarse. Las mayúsculas tienen significado y están perfectamente reguladas y sometidas a unas normas claras y concisas. Deben suponer una diferencia ortográfica lingüística necesaria; es decir, no se emplean por «estética», como algunos creen, sino porque realmente son imprescindibles o, como mínimo, muy útiles. A partir de esa premisa —que rige toda la lingüística y no únicamente este tema— debemos expandir nuestros conocimientos y saber la acción que ha de tomarse en casos concretos, para así minimizar tanto como sea posible la probabilidad de error y mejorar exponencialmente nuestra lógica lingüística y, también, nuestra comprensión, que nos asegurará una mejor obtención de conocimientos en el futuro.

Se escribe con letra inicial mayúscula la primera palabra del título de cualquier obra de creación (libros, películas, cuadros, esculturas, piezas musicales, programas de radio o televisión, etc.); el resto de las palabras que los componen, salvo que sean nombres propios, deben escribirse con minúscula: Últimas tardes con Teresa, La vida es sueño, La lección de anatomía, El galo moribundo, Las cuatro estaciones, Las mañanas de la radio, Informe semanal. En el caso de los títulos abreviados con que se conocen comúnmente determinados textos literarios, el artículo que los acompaña debe escribirse con minúscula: el Quijote, el Lazarillo, la Celestina. Esto se explica porque si se emplearan las mayúsculas en cada palabra sería para indicar la extensión del título —y no para que quede «bien»; ¡vaya pésimo gusto!—, pero en español no se hace —ni debe hacerse— porque es infinitamente preferible emplear otro tipo de letra cuando se pueda, como la cursiva, o bien las comillas adecuadas —que suelen ser las angulares—, para diferenciar los títulos del resto del texto y delimitar su extensión. Es decir, que no hay razón más allá de la burda copia y la necedad para usar tantas mayúsculas indiscriminadamente.

A veces ayudan a diferenciar indudablemente términos similares. Ejemplos: Iglesia (‘institución’), iglesia (‘edificio’); Ejército (‘institución’), ejército (‘conjunto de soldados’); Gobierno (‘conjunto de los ministros de un Estado’), gobierno (‘acción de gobernar’).

Los gentilicios y los nombres de lenguas se escriben enteramente en minúscula; excepto que, naturalmente, se encuentren a principio de frase.

Los nombres de los días de la semana, los meses y las estaciones del año se escriben, como norma general, en minúscula; solo se inician con mayúscula cuando forman parte de nombres que exigen la escritura de sus componentes con mayúscula inicial, como ocurre con los nombres de festividades, fechas o acontecimientos históricos, vías urbanas, edificios, etc.: Viernes Santo, Primavera de Praga, plaza del Dos de Mayo, Hospital Doce de Octubre.

Aunque, en señal de respeto, ha venido siendo costumbre en textos de carácter religioso escribir los pronombres personales referidos a la divinidad, o a personas sagradas como la Virgen, con mayúscula inicial, no hay razón lingüística alguna que lo justifique, ya que en español esta categoría de palabras se escribe siempre con minúscula. Por lo tanto, se recomienda evitar la mayúscula en estos casos.

El empleo de la mayúscula no exime de poner la tilde cuando así lo exijan las reglas de acentuación. Lo contrario es creencia popular errónea aparentemente porque antaño, en la época de las máquinas de escribir totalmente mecánicas (antes de la era digital), estas no eran capaces de reproducir letras mayúsculas con tilde por limitaciones evidentes de diseño. Como puede comprobarse, ese problema fue resuelto totalmente hace ya varias décadas, por lo que no escribir tildes donde corresponda en letras mayúsculas es una falta de ortografía como cualquier otra.

Y un detalle que también es muy importante: la i mayúscula (I) no debe escribirse nunca con punto; lo mismo ocurre con la letra j (J). Es tristemente frecuente ver íes minúsculas (con punto) entre letras mayúsculas, sobre todo en textos escritos a mano, aunque tampoco es raro verlo incluso en textos escritos mediante procesos más técnicos. Es un grave error, o quizá una muy mala costumbre que deja en evidencia la falta de cuidado de la gente a la hora de escribir y la poca consciencia lingüística (bueno, y en general...) que tiene. Si nadie escribiría nunca, por ejemplo, harIna, ¿por qué muchos escribirían, sin remordimiento alguno, HARiNA? Como siempre digo, hay que usar la lógica, la inteligencia, el sentido común y el conocimiento, que los tenemos para eso, no para adornar.

Adjudicarle mayúscula inicial a palabras que no lo requieren suele ser calco del inglés, lengua en la que se hace un uso arbitrario y excesivo de las mismas. Recordemos otra vez que español e inglés son dos idiomas diferentes, y por consiguiente poseen rasgos, características, normas y convenciones distintas. ¿Por qué debemos escribir con mayúscula inicial palabras que no las necesitan desde un punto de vista congruente y coherente? Es totalmente absurdo e innecesario. Queda fatal un título con mayúsculas arbitrarias en medio, aunque algunos necios quieran creer que queda mejor, o hasta que le da más importancia... Y las mayúsculas tenían y siguen teniendo una connotación de majestuosidad, es cierto, pero precisamente por eso hay que emplearlas cuando es adecuado; de lo contrario, ese significado acabará perdiéndose y nos resultarán inútiles —como ya ha pasado y pasará con muchos otros temas—. Afortunadamente, la ortografía española está evolucionando de manera adecuada en ese aspecto, ya que la mayúscula inicial sin estar a principio de frase está usándose cada vez en casos más concretos y específicos; pero podría involucionar inexorablemente si empieza a utilizarse la mayúscula indiscriminadamente y llega a niveles incontrolables. Precisamente por eso hay que conocer bien todos los aspectos de la lingüística; para emplearla lo mejor posible y, por consiguiente, asegurar muchos años de esplendor y utilidad para nuestra amada lengua española.

Hasta el próximo artículo.

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